MEMORIA

By María García Baranda - julio 11, 2017

    
       ¿La libertad o la memoria? Pensaba hace un momento cuál es realmente el bien más preciado del ser humano. Porque siempre se erigió la libertad como el más valioso. Don y derecho a un mismo tiempo. La ausencia de esta misma ha hecho enloquecer al hombre, destruirse, convertirse en cenizas. O a veces al contrario, endurecerlo hasta volverlo roca, martillo atizador de quien lo ha sometido al cautiverio. Reflexivo, circunspecto, y algo más sabio acaso en ocasiones. Y esto por lo que se refiere a la libertad física. Pero hay otra que reviste una gravedad y sustancialidad aún mayores, y es la libertad del alma. Libertad del pensamiento y del corazón. Ese poder vivir conforme a los deseos, a las necesidades. Ese conducirte consecuentemente a la luz de lo que te hace feliz y te identifica realmente. ¿Es posible vivir sin libertad? La historia nos ha enseñado que sí lo es. Desgraciadamente. Y que de la carencia de la segunda hay ejemplos a patadas. Por voluntad propia, en ocasiones, para pasmo de la que aquí escribe. Porque no soy capaz de entender a quienes, teniendo opciones, se someten a una vida que no les satisface. Se autocastigan privándose de libertad para ser felices, y creo que es uno de los actos que más lástima me provocan. Lástima e impotencia, a decir verdad, con impulso a zarandear al sujeto en cuestión y gritarle: “¡espabila, coño, que tu vida es tuya y no le debes nada a nadie!”

      Pero, ¿y la falta de memoria? Personalmente me aterra en mayor grado. Si me privaran de los recuerdos dejaría todo de tener sentido. Los recuerdos me apuntalan, me constatan quién soy, de dónde vengo, y me indican a dónde me dirijo. Me explican la razón de cada curva que hube de recorrer. Los recuerdos me soplan lo que pienso y cómo he llegado a ello. Me susurran lo que siento y por qué es que lo siento. Son el espacio y el tiempo en donde me refugio cuando en mi presente no tengo a quien me importa. Me alivian de la ausencia, y me hacen entender que a veces es precisa. Los recuerdos me hacen ganar en perspectiva, cuando ya he conseguido disipar lo que me enajenaba. Bien los celos, la rabia, la inseguridad o el miedo. Porque son los recuerdos los que me traen el verdadero sentir, limpio de interferencias. Y mi memoria,… esa me transporta a las horas realmente importantes, al mirar a los ojos, a la risa sin vueltas, al momento de piel. La memoria me recuerda el porqué de este tiempo, y el porqué de este hoy. El porqué de nosotros. Y el porqué yo te quiero. 






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