Se
escapa entre mis dedos ese deseo oculto.
Cae
al suelo lentísimo. Va formando un tapiz de minúsculas gotas, tornasoladas por
efecto de la luz cegadora con la que las observo. En un tímido instante, se
elevan convertidas ya en vapor de agua. Las transformó el calor del último
soplo que exhalé sobre ellas, pronunciando entre dientes mi secreto conjuro.
Y
yo que soy amante de las letras, quisiera hoy saber de alquimia. Hallar la
justa fórmula que las solidificase en estado de perfecto aroma y tacto dulce.
Indisoluble al cuerpo en el que habito.
Se
escapa entre mis dedos ese deseo oculto.
Mas
no lo pierdo, no se trata de eso. Solo cambia de aspecto y me empuja a variar
mis estrategias, mi sendero de entrada, mi puerta de salida. Todos los caminos
llevan a Roma, dicen, y el de la vida no es excepción de ello. Más bien se
trata del mascarón e insignia a tal principio. Renovarse o morir. Rehacerse y
seguir.
Se
escapa entre mis dedos ese deseo oculto.
Es
precisa una dosis muy grande de indestructible fe que lo mantenga indemne a
golpes y a inclemencias. Su original boceto se desfigura a veces en mi mente
hasta hacerme dudar del perfil de sus rasgos. Quizá esté ahí la clave. En huir
de patrones prefijados, de los estereotipos; en decirme que no importa la forma
que este tenga, mientras tal deseo permanezca apegado a mi instinto.