Yo, que no sé pintar más de dos trazos seguidos, soy capaz de captarme en un enorme fresco, de admitirme en texturas y bañarme en un juego de luces y de sombras como jamás apostaría el más excelso artista.
Si cosiera mis puntos vulnerables obtendría un cálido tejido que dibujara un mapa de corazón espeso y maleable a las temperaturas, y cerebro templado y bien nutrido de ideas. Podríais apreciar, siguiendo con los dedos su curva silueta, mis horas de llantinas cuando no es para tanto y es mi cuerpo el que habla por sí solo. Y mis tardes de celos enroscados marcando mi garganta con un resbaladizo nudo apenas hecho a medias. Y mis noches de insomnio. Bueno, de insomnio no, de miedos y temores; y de inseguridades no abatidas. Llamemos por su nombre a cada cosa. Mis arrebatos ciegos de poner más de un punto sobre una sola i, cuando esta es una eme y no tengo razón. Mi gesto que se enquista y ve donde no hay. Y mi enfado tachando ciertos actos aduciendo que no, no son así las cosas. Y mi afán obstinado de sacar conclusiones sin cotejar los datos y por pura intuición (por puro miedo, de nuevo), algo perdida. Esas son, sí, no hay duda, mis vulnerabilidades. Mi lado más difícil. Esa también soy yo. Pero peleo. Eso os lo prometo.