UN MISMO SER CON DISTINTAS TONALIDADES
By María García Baranda - enero 30, 2015
Escucho una canción de madrugada, un tema que cuenta ya
con década y media, y que me traslada de inmediato al año en el que hice mis
maletas y me marché a vivir a Londres, con un cierto espíritu inconsciente de
aventura. Los momentos más significativos de una vida, las personas que hemos
ido conociendo en el camino suelen asociarse con una música, con un olor
concreto y hasta con una sensación táctil. Y es precisamente la melodía que
acabo de oír la que se erigió entonces como banda sonora de dicha vivencia, esa
como un tren de mercancías, me ha hecho recordar unas sensaciones que no
quisiera que se extinguiesen jamás, por cuanto me mostraron una nueva, auténtica
y sorprendente cara de mí misma.
Ese pinito que hice hace ya unos cuantos años, aunque no
me llevara a las antípodas de lo que era mi vida de entonces, me supuso un
absoluto reto, pues colocó frente a mí tan solo una imagen simple y sencilla:
la de mí misma frente a mi propio espejo. Naturalmente que he de reconocer que
hubo momentos de soledad y de necesitar sentirme cuidada por aquellos que me
quieren. Una es sensiblemente amorosa, por más que tire hacia adelante cueste
lo que cueste. Y, sin embargo, el crecimiento llegó entonces enraizado en
un acusadísimo instinto de íntima e individual supervivencia emocional, basado
en la pregunta de qué espero realmente de mí y de mi existencia. Es seguramente
uno de los recuerdos que más claramente identifico con mi principio vital
esencial: comienza por serte leal a ti misma, busca lo que te (re)mueve el alma
y ve a por ello sin descanso. Lo demás, poco importa.
Fue aquella una fase más de mi evolución personal.
Llegarían muchas más y más determinantes seguramente, pero hoy una simple
canción me ha hecho volver a hacer balance de aquella etapa. Creo que en cada
uno de nosotros hay un auténtico abanico de versiones sin desarrollar que salen
a flote tan solo cuando el decorado y las circunstancias externas de nuestro
día a día cambian por completo. Evidentemente hay una esencia que se mantiene
intacta, pero la adaptación al medio provoca el nacimiento de nuevos rasgos de
carácter y la reubicación de nuestras prioridades en la vida. De hecho, de no
ser así, la diversidad social y cultural desaparecería de un plumazo. Tantas
vidas como paisajes dibuja el mundo… Y me pregunto, al tiempo, cuántas vidas
puede vivir un mismo ser humano. Las posibilidades son infinitas a poco que
combinemos las variables esenciales, a razón de: lugar de residencia, estatus económico,
familia, hijos, trabajo…, y amor. Aunque bien es cierto que mi generación no se
encuentra ya tan presionada por los arquetipos prediseñados para lo que hoy día
se considera una vida estable, si recurrimos a los cálculos de la estadística,
sigue ganando la batalla un patrón un tanto recalcitrante basado en la
inserción en la rueda de la sociedad de consumo sustentada en la familia
tradicional. Pero ¿y si algún día un portazo seco me impulsara a tomar un hato
con lo esencial y conocer otros mundos?
Yo misma pensé en numerosas ocasiones que si algún día la
vida me arrancaba del lugar en el que me encontraba confortablemente
posicionada, mi opción sería la de darle un giro tan grande a mi existencia
como para vivir más allá de la frontera, más allá del sistema socioeconómico
que mueve occidente. Optaría por un cambio tan drástico que me llevaría quizás
a arribar a alguna playa en la que no importase cuánto tuviese en mi bolsillo,
ni qué indumentaria vistiese, sino los recursos intelectuales y sentimentales
acumulados por mi experiencia. Y con ellos trataría de aportar algo útil a
sociedades tan dispares como la que me vio crecer, sabiendo con certeza que
seguramente serían ellas las que enriquecerían mi trayectoria en unos ámbitos a
los que solo se puede acceder despojándose de todo aderezo superfluo. Piel con
piel y sangre con sangre como únicos vestidos.