El
paso de los años -en el más puro sentido de acumulación de experiencia vital-, es
un camino dirigido hacia el silencio de una habitación a oscuras.
¡Nos queda aún tanto por
ver…! Seguramente u ojalá. Pero nada puede quitarnos de encima del vestido la
sensación de haber visto ya una ingente colección de imágenes pasando a una velocidad
de cuarenta y cinco revoluciones; borrosas algunas y engañosamente cristalinas
otras. Y es entonces cuando comienza el paseo hacia la sorda y muda penumbra.
Ese lugar en el corremos a refugiarnos cuando creemos no poder más o cuando
tenemos la certeza de haber oído y observado ya demasiado por ese día. Por esa
semana. Por ese mes...
Ese
lugar…, tan distinto a aquel frecuentábamos cuando éramos apenas unos
chiquillos. La huida a aquella edad temprana la hacíamos corriendo, como alma
que lleva el diablo, hacia el corro de los amigos a los que llenábamos los
oídos con nuestras desahogadas y beligerantes voces de queja. De niños, era el abrazo
de la madre o del padre el que secaba nuestras frustraciones o ponían bálsamo
al no puedo más. Pero ahora, toda vez atravesado el ecuador de lo que quiera
que nos espere, es al silencio y a la oscuridad a donde acudimos. Y resulta
apacible y hermoso. Necesario como el alimento más básico y adictivo como la
sustancia más alucinógena. Nada se oye en ese entorno, nada salvo la propia voz
sin distorsiones, sin palabras medidas ni subterfugios, sin engaños ni perífrasis
edulcoradas. Y la ausencia de luz, la opacidad, permite discernir sin lugar a
equívoco, entre las imágenes reales y los recuerdos inventados, entre las sensaciones
forzadas y ese sentimiento indudable que albergamos en lo más profundo de
nosotros. Allí nos deshacemos del ruido y acariciamos entre las manos cuanto
sabemos que es certero. Nos henchimos de orgullo sin pudor ni vergüenza;
lloramos todavía por los dolores secos, muertos ya tiempo atrás; reímos por los
pequeños gestos que nos hacen sentir otra vez púberes y ruborizan de deseo nuestro rostro.
En
esa habitación muda y callada, a la que huimos con paso lento pero firme en
busca de asilo, nada interfiere entre nosotros y el ajuste de cuentas con la
vida; aunque nada ajustemos en ese instante y voluntariamente perdamos la
cuenta de lo vivido. En silencio y a oscuras.