Elijo
la utopía con cerebro.
Y
el sueño traspasado desde la noche al día.
Y
el realismo vestido de ilusión,
y
los pies en el suelo descalzos de culpas.
Elijo
seguir creyendo y continuar creando,
de
vuelta de las cosas, pero también de ida.
Elijo
estrellarme con el suelo
y
elevarme hasta el cielo en un mismo día, si es preciso.
Eso
ya lo veremos.
Elijo
la verdad,
desvestir
los engaños a golpe de desgarro
y
morderme las manos.
Y
hacérmelas sangrar.
Elijo
el acostarme cada noche palpitando
y
despertarme inquieta,
o
pletórica, o triste, o agitada.
Pero
latiendo.
Elijo
cada lágrima que me hicieron llorar,
cada
arruga que hoy me marca la cara y que ayer no tenía,
y
ese mechón de canas que me brotó en tan solo dos semanas.
Elijo
mis momentos de rabia y de rencor,
de
maldecir en alto,
de
asquearme por todo.
Elijo
entusiasmarme con lo que huele a vida
sin
importarme el qué.
Tener ganas de más y de más fuerte.
Elijo
cómo quiero y cómo soy,
a
excepción de dos pares de defectos
y
de alguna manía nacida de pasadas heridas.
O
muy a su pesar.
Elijo
serte fiel y leal y constante,
y
valorar cada esquina de ti,
y
lanzarme a tu boca a cada instante.
Y
amarte para siempre,
milímetro a milímetro.
Elijo.