ES DE JUSTICIA COMENZAR POR EL PRINCIPIO

By María García Baranda - agosto 26, 2010

     Pensar que cuando escribimos lo hacemos únicamente por y para los demás es, cuando menos, ingenuo. Aseverarlo –en algunos casos incluso belicosamente–, nos priva además de cualquier calificativo artístico que el lector pueda otorgarnos. Pero si además creemos que nuestro cometido es reflexiva y eminentemente didáctico no sólo es presuntuoso, sino un absoluto engaño.

    Cuando decidimos tomar un trozo de papel y plasmar un sentimiento, contar una historia, formular una crítica, ofrecer una opinión…, lo hacemos principalmente por y para nosotros mismos. A partir del momento en que decidimos ponerlo negro sobre blanco, nos inunda e incluso obsesiona una tremenda necesidad de salir al mundo y gritar a todos, aquello que habita, cual okupa, en nuestra cabeza. Es catártico. Sí, con su punto artístico, pero una purga, al fin y al cabo.

   Todos hemos probado alguna que otra vez la terapia. Al hacerlo se siente por fin una liberación tal, que, desde ese justo momento, y con ciertas dosis de masoquismo, se está preparado para volver a llenar ese armario intelectual y emocional que se convertirá de nuevo en nuestro tormento. Y otra vez a empezar: llenar, dar forma, expulsar y vaciar.

    Así que muy señores míos, quien escribe, sea artista, profesional, amateur, ocasional…, lo hace siempre para sí. Necesita expresarse y pronunciarse sobre todas las cosas, por más que en un gesto, mitad generoso, mitad egocéntrico, decida en mayor o menor medida regalarle sus páginas al mundo.

     Dentro de cada autor –cree poesía, novela, opinión, teatro…–, hay un lírico en potencia. A veces, éste sobresale por encima del novelista, articulista o dramaturgo. Otras veces se esconde agazapado en la sombra. Pero sea en la medida que sea siempre está presente. Omnipresente. ¿O no es cierto que en cada escrito y en cada autor hay siempre una cierta pincelada de egolatría y vanidad? La hay.

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