Varias intentonas el pasado mes, tres en esta última
semana y en ninguna de ellas conseguí escribir ni una sola frase con sentido. O,
mejor dicho: no pude transferir al papel ni una palabra que recogiese por
completo y de manera exacta el quid de mi cuestión. Bloqueo total.
Inevitablemente busco la causa en el agotamiento, psíquico y comunicativo, pero
aún más me inclino a pensar en que se trata de otro tipo de debilidad. De
cuando en cuando, por esencial que sea, me canso de diseccionar al ser humano
y, por qué no decirlo, a mí misma. Ya conozco de sobra cada rincón, cada curva
y cada giro tomados por mi mente al abrigo de los estímulos externos. Y es que
seguramente son precisamente estos los que me llevan a sentirme extenuada.
Patrones de comportamiento humano repetidos de forma casi idéntica, donde tan
solo pequeños matices sin importancia marcan la diferencia. Saberte de memoria
los guiones, el final de la película y el minúsculo verso de un poema que decae
en su último terceto.
Entono el mea culpa. Y no
por mi cansancio, sino por permitir que los factores externos le tomen la
delantera a mis estímulos íntimos, personales y privados. Asignatura pendiente
la que tengo en esta compleja carrera que es la vida y que, sin que suene a
rendición, mucho me temo que no lograré aprobar mientras siga fresca la pasta
de la que estoy hecha. Ahí me digo: ¡vive con eso! No se puede depender en
demasía del entorno, de sus gestos, de su aprobación o de sus rechazos. Siempre
pensé que eso de la seguridad en uno mismo se lograba con una mezcla de
inmunidad ante las críticas y desarrollo de un sexto sentido para detectar los
entornos tóxicos. Pero no, no se trata tan solo de eso. Consiste en no pasarse
de autocrítico y en la capacidad de no ponerse siempre en lo peor al formular
hipótesis de andar por casa. Es administrarse protección para no manchar las
conclusiones procedentes de nuestra primera impresión, de la raíz más pura de
la intuición, porque cuando meditas en demasía…, lo mandas todo al carajo de un
plumazo. Una pena.
Releyendo estas
líneas no me es difícil percibir que hoy mi positividad se ha marchado por la
ventana a dar un paseo. Innegablemente estoy cruzada…, ¡qué le vamos a hacer!
Tal vez necesite unas vacaciones. O quizás un gesto ajeno que haga que me
desdiga de todo esto. Pero ¡ay!... ¿veis? Ya estoy dejando mi paz interior en
manos extrañas. Asignatura pendiente, repito. Debería plantearme seriamente
trabajármela. Pero no esta noche.
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