EL MUNDO SE HIZO PARA LOS VALIENTES
By María García Baranda - julio 28, 2015
Quien me conoce medianamente sabe que no albergo pudor
alguno en manifestar libremente lo que pienso. Del mismo modo, la mayoría sabe
a ciencia cierta que esa falta de recato puede extrapolarse a mis sentimientos
cotidianos. ¿La razón de ello? Bien creo que es doble. Naturalmente hay
desahogo directo toda vez que mis ideas salen de mi boca o se ordenan sobre un
texto escrito; siempre lo hay. Por otro lado, y de un modo un tanto altruista,
está el ofrecimiento de un minúsculo punto de vista -el mío- a quien pueda
interesar, pues bien sabemos que todo está inventado, que no hay sentires
nuevos, y que quien más y quien menos puede sentirse en ocasiones identificado
con determinadas experiencias.
En numerosas ocasiones me han preguntado si no temo
exponerme en exceso con mis letras. Es obvio que no. No sé si se trata de un
gesto inconsciente o poco astuto por mi parte. Kamikaze incluso en ocasiones.
Pero, si mostrar lo que soy y cómo soy es algo que me brota sin tabúes a cada
paso, ¿cómo podría entonces no hacerlo cuando escribo? Es tan solo una parcela
más. Me expongo cuando hablo, cuando camino por la calle, cuando doy una clase,
cuando miro a los ojos a quien tengo enfrente, cuando beso y sobre todo cuando
amo. Ya sé que ir por ahí sin un supuesto escudo puede convertirnos en blanco
de potenciales ataques, pero juro y perjuro que no sabría dosificar cuánto de
mí ofrezco al resto. Es pensar y sentir lo que nos hace en todo caso
vulnerables, y no el expresarlo libremente. Y del mismo modo, sé también que en
el pecado está la penitencia, y soy plenamente consciente de que cuando me
cruzo con quien no sabe manejarse con tal regalo entre sus manos, asustándose
ante la transparencia, deshará en minúsculos pedazos cuanto de mí obtuvo. Pero
advierto: no soy yo la que pierde en tal supuesto, sino el que desperdicia un
modo de vida, a mi juicio, más auténtico.
Cuando eso ocurre, la rueda vuelve a girar y de nuevo
toca ponerse en pie y cuestionarse los porqués de todo, hasta de una misma.
Escucho palabras que me dicen: no te muestres, no te entregues, no te enseñes
tanto. Necesitaría un libro de instrucciones para ello y me planteo eso de
nadar y guardar la ropa. Pero de pronto freno en seco y casi al instante me
digo eso de: en qué mundo vivimos, si quien se ofrece abiertamente al mundo
yerra sus pasos, y quien acusa una absoluta carencia de empatía, incapaz de
discernir con quien se cruza, campa a sus anchas y sale indemne de dolores
varios. No soy yo quien yerra en sus pasos en tal envite, sino quien necesita
montar un circo de seis pistas plagado de oscurantismo para ¿protegerse? de esa
compleja aventura que es la vida. Al fin y al cabo, dicen, el mundo se hizo
para los valientes.
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