CAMBIO DE RUMBO

By María García Baranda - abril 16, 2021

 



“El hombre tiende a contar su vida más que a vivirla. Lo ve todo a través de lo que cuenta, y pretende vivir su vida como si fuese una historia. Pero hemos de elegir entre vivir nuestra vida o contarla”.

Jean- Paul Sartre

 

Las etapas de escritura más prolíficas de mi vida han sido aquellas en las que me invadía un hambre voraz por vivir. Soy consciente y he de reconocer que fueron periodos de dolorosa escasez en los que sentía una enorme necesidad -a veces enfermiza y desesperada- de sentir, amar y ser amada, crear, experimentar y proyectar el futuro tal y como yo deseaba. Cuando una piensa a solas demasiado, habla a solas demasiado, siente a solas demasiado…, grita sobre el papel tratando de enmascarar que no vive cuanto pretende. Y ese era mi caso, así que, en su lugar, escribía. Escribía sobre todo ello y hasta la extenuación, buscando los porqués y los modos, analizando las mentes ajenas, diseccionando la mía sobre el mantel con un bisturí de andar por casa, pero siempre afilado; y diseñando los planos por los que, a mi entender, habría de transcurrir esa anhelada experiencia que yo aguardaba. Escribía porque me faltaba vida.

Pero la vida llegó y dejé de escribir sobre todo ello: sobre la ilusión esperanzada de enamorarme y el desgarrador vacío por no ser amada; sobre la inconmensurable e incondicional entrega que ofrecía en cada vivencia; sobre lo mucho y mal que me engañaron y lo rota que me sentí cada una de esas veces en las que descubrí, con nombres y apellidos, las horas entregadas a mujeres de desdibujadas caras y conversaciones estériles; sobre la decepción de constatar que individuos sobre los que yo había volcado un alto juicio, eran en realidad seres mediocres; sobre estocadas e ilusiones, compromisos y desamores; sobre hipocresías, complejos de inferioridad, celos y egocentrismos; bajezas de espíritu y grandezas del alma. Dejé de escribir…, pero tan solo sobre esos menesteres en cuyos dramas que se quedan a vivir los necios.

Y cambié el rumbo. Porque cuando una vive, cuando una vive mucho y bien, el tiempo se escapa entre los dedos y no hay deseos no cumplidos por expresar, ni minutos dedicados a lo insignificante. Pasé a escribir, acaso, sobre mundos más grandes, paisajes más extensos y reflexiones infinitamente más complejas. Y me sentí crecer. 


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