¿Sabes
que soy capaz de recordar gran parte de las conversaciones de esa noche? Para
ser sincera, también de las previas, pero mi memoria ha tallado palabras
exactas salidas de tu boca al caer la luz de aquel septiembre irreal y algo
hueco. Recuerdo las palabras, sí, pero naturalmente aun más las emociones. Mi
piel, tu tacto, tu mirada. Mi sorpresa, esperada acaso, pero nunca imaginada. Las
sensaciones a cada nuevo paso que iba dando esa noche en la que me atusé el
pelo, me elevé en mis tacones, y cerré a mi espalda y de un portazo la puerta
de mi casa para ir a tu encuentro. Atravesé el umbral, invisible a los ciegos, de
unos días sin ti a la Vida contigo. Saqué los pies del tiesto, y reí y reí
hasta caer dormida. Y apareció el color, el volumen, la forma. La luz, la
inteligencia, los matices y el brillo. La voz. Apareció el sentir, primerísimo
y nuevo, de algo mucho más grande que mi propio deseo. Y me tomó la mano. Y era
la tuya, Amor.
Guardo
en mi interior más secreto la firmísima certeza de que no alcanzarás a saber
con exacta medida mi emoción de esa noche. Qué sentí, dónde y cuánto. De qué
modo y por qué. Se encuentra en mi interior más remoto y oculto, más profundo y
privado. Ese no compartido con nada ni con nadie y que el pasar de los años ha
convertido en gruta sin acceso a visitas y forzoso mutismo. Pero fue similar a
morir y nacer en apenas un rato. Observar cómo el suelo se rompía a mis pies,
pero yo no caía. Y temblar con agrado. Redescubrir la vida y el sentido de todo
lo que en mí ya habitaba. Y aún habita.
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