EN SILENCIO Y A OSCURAS

By María García Baranda - octubre 20, 2021

 



El paso de los años -en el más puro sentido de acumulación de experiencia vital-, es un camino dirigido hacia el silencio de una habitación a oscuras.

     ¡Nos queda aún tanto por ver…! Seguramente u ojalá. Pero nada puede quitarnos de encima del vestido la sensación de haber visto ya una ingente colección de imágenes pasando a una velocidad de cuarenta y cinco revoluciones; borrosas algunas y engañosamente cristalinas otras. Y es entonces cuando comienza el paseo hacia la sorda y muda penumbra. Ese lugar en el corremos a refugiarnos cuando creemos no poder más o cuando tenemos la certeza de haber oído y observado ya demasiado por ese día. Por esa semana. Por ese mes...

Ese lugar…, tan distinto a aquel frecuentábamos cuando éramos apenas unos chiquillos. La huida a aquella edad temprana la hacíamos corriendo, como alma que lleva el diablo, hacia el corro de los amigos a los que llenábamos los oídos con nuestras desahogadas y beligerantes voces de queja. De niños, era el abrazo de la madre o del padre el que secaba nuestras frustraciones o ponían bálsamo al no puedo más. Pero ahora, toda vez atravesado el ecuador de lo que quiera que nos espere, es al silencio y a la oscuridad a donde acudimos. Y resulta apacible y hermoso. Necesario como el alimento más básico y adictivo como la sustancia más alucinógena. Nada se oye en ese entorno, nada salvo la propia voz sin distorsiones, sin palabras medidas ni subterfugios, sin engaños ni perífrasis edulcoradas. Y la ausencia de luz, la opacidad, permite discernir sin lugar a equívoco, entre las imágenes reales y los recuerdos inventados, entre las sensaciones forzadas y ese sentimiento indudable que albergamos en lo más profundo de nosotros. Allí nos deshacemos del ruido y acariciamos entre las manos cuanto sabemos que es certero. Nos henchimos de orgullo sin pudor ni vergüenza; lloramos todavía por los dolores secos, muertos ya tiempo atrás; reímos por los pequeños gestos que nos hacen sentir otra vez púberes y ruborizan de deseo nuestro rostro.

En esa habitación muda y callada, a la que huimos con paso lento pero firme en busca de asilo, nada interfiere entre nosotros y el ajuste de cuentas con la vida; aunque nada ajustemos en ese instante y voluntariamente perdamos la cuenta de lo vivido. En silencio y a oscuras.



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