Hoy reivindico la aceptación de la propia identidad. Reivindico ser fiel a lo más privado de uno mismo. Reivindico la vida en absoluta libertad de pensamiento y sentimiento. Reivindico el ser capaz de dar rienda suelta a los más íntimos deseos, quereres y objetivos. Reivindico el derecho a no sentirse juzgado. Reivindico la valentía a seguir el propio camino a pesar de sentirse observado, juzgado e incluso psicoanalizado. Y, lo que, es más, reivindico el respeto ajeno ante las diversas opciones de vida existentes. Reivindico la empatía ante los sentires, miedos y sueños ajenos.
Nadie dijo que vivir en sociedad y acoplarse a las circunstancias fuese labor fácil. De hecho, creo, nos volcamos en ello con absoluta dedicación. Sin embargo, se nos olvida en la mayor parte de las ocasiones el paso previo y fundamental: sentirse en paz con uno mismo y hacernos justicia. Sernos absolutamente leales, aunque se desmorone el mundo que nos rodea. Y es este asunto primordial, porque mal podremos dar un paso hacia nada o nadie si no iniciamos la tarea mirándonos escrupulosamente a las entrañas y averiguando con minucia quiénes somos. Ése sí es el verdadero conflicto. Triple salto mortal. Adquirir el suficiente grado de inteligencia emocional como para diseccionarse hasta el tuétano, colocar cada elemento encontrado en su sitio, y, a pesar de ello, aceptarnos y ser consecuentes. Llevar nuestra verdad hasta la última de las consecuencias. Sernos fieles.
Arrastramos con nosotros una pesada mochila vital. Respiramos constantemente por las heridas abiertas e incluso por las cicatrices de las ya cerradas. Nos miramos al espejo y, sin ver los enormes espacios del alma aún vírgenes, giramos nuestros ojos hacia los cortes profundos. Ahí se cruzan dos caminos: permanecer absortos, regocijarnos en ellos y lamernos las heridas; o, con cierta distancia, saber que son sólo una muestra más de que estamos vivos y, a pesar de ellos, seguir viviendo con la misma intensidad. Opto por este último, por laborioso que sea y aun con el titánico esfuerzo que ello supone. Gano en enriquecimiento personal, pero especialmente, en lealtad hacia mí misma. Y esa, esa no la vendo por nada ni por nadie, ni siquiera por mi miedo y fragilidad.
6 de agosto de 2010
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