CUÉNTALE A TU HIJA...

By María García Baranda - junio 07, 2016

Saber cuidar a una mujer es cosa delicada. Para los hombres que me lean parecerá esto un poco ñoño, pero intentaré aclarar a qué me refiero. En primer lugar escribo esto, en esta dirección, por el mero hecho de ser mujer. Prometo hacer el camino inverso, con el mismo mimo con el que creo -y procuro- que hay que cuidar a un hombre. En segundo lugar, escribo esto simplemente porque me apetece, porque siempre hay quien no tiene idea de lo que tiene entre manos y se pierde el deleite de lo que supone convivir rodeado de miembros del sexo opuesto. Y en tercer lugar porque he pensado en las niñas pequeñas, esas linduras que un día se harán mujeres y cumplirán la edad que yo tengo hoy. Irán recorriendo por sí mismas el camino y descubriendo que no todo fue siempre como se lo contaron y que el rol de mujer, ese que aparece en libros y películas, suele estar muy falto de realismo.
Para todo aquel que acompañe de la mano a una niña, a su niña, en su paso a la edad adulta...

       A medida que se haga mayor no tengas pudor en reconocer y hacerle ser cauta con la idea de que habrá quien le ponga obstáculos por delante por el mero hecho de ser mujer. No todo el mundo será así, pero los habrá. Y tampoco importará si la dificultad viene de un hombre o de una mujer, pero lo que sí habrá es quien llegue con ideas preconcebidas que le supondrán un esfuercito más en su crecimiento. Demostrar un poquito más, porque se esperará de ella que sea competente dentro y fuera, en familia y en el trabajo, como amiga, compañera, amante, profesional, cuidadora, madre, cocinera,... Por ser mujer se dará por hecho que las habilidades han de venir de serie. Sin llegar nunca tarde a nada ni a nadie. Todos somos juzgados, sí, sin razón de sexo, pero de una mujer de estos tiempos se esperará que esté absolutamente integrada en el mundo profesional sin perder ni una sola de las destrezas que por tradición fueron atribuidas a las mujeres. Se le de bien o no. Le gusten o no.

      Recuérdale que el mundo está aún demasiado lleno de estereotipos, que habrá quien le haga notar la diferencia a cada paso o quien, bien al contrario, rehuirá beligerantemente de lo característico, de lo que le hace mujer. Dile que jamás se avergüence de dichos rasgos ni de sentirse a gusto de serlo, aunque algunos lo consideren una desventaja. No lo es. Es tan bueno, tan positivo y tan espléndido como ser hombre. Todo en función de cómo desarrolle su interior.

      Ayúdale a que aprenda que por el hecho de ser chica, habrá de tomar ciertas precauciones en su vida diaria. No serán mayúsculas, ni serán graves, pero serán perennes. Una vez que las ponga en marcha jamás volverá a desprenderse de ellas. Dile que no se preocupe, que se habituará pronto y aprenderá a introducirlas en su cotidianidad como si se tratase de actos reflejos. Serán cosas como regresar a casa acompañada -más aún si es de noche-;  no transitar calles desiertas; tener la cabeza muy alta ante determinadas reacciones y expresiones dedicadas a su femeneidad; saber mantener el tipo ante miradas y opiniones inquisitivas sobre su ropa, su aspecto, su pelo,...;  y saber que en circunstancias límite y de riesgo la mujer suele pagar un doble peaje. Aclárale que una mujer suele estar en un escaparate algo más grande y que aunque se queje, sus quejas no serán oídas porque siempre se buscará una cierta responsabilidad en ella misma. Dile que no se preocupe, que es algo innato en la sociedad. Que todos se creerán con el derecho a opinar sobre cómo se conducirá en su vida privada y pública, para valorar después si es correcto o no, si hay exhibicionismo en su conducta, o si pretende o busca esto o lo otro con ella. Recálcale que cada día y a cada hora suele ponerse en tela de juicio a alguna mujer, especulando sobre si emplea, se aprovecha o explota sus atributos y/o su femineidad para la obtención de algún rendimiento.

       Recuérdale que habrá siempre quien le diga que las chicas deben comportarse de este o de aquel modo, que habrá quien la reprenda por no actuar como se supone. Que llegará un momento en el que conocerá a un chico. O a dos. O a tres docenas. Y que los ojos se posarán sobre ella, algo más que si fuera un hombre. Procura inculcarle que eso no habrá nunca de frenarle ni de impedirle que sea quien quiera ser, ni como quiera ser. Libre, absolutamente libre.

       Cuéntale que llegará un día en el que se enamore por primera vez. Que tal vez le partan el corazón o tal vez lo hará ella. Quién sabe. Pero que mientras dure ese amor habrá de buscar sentirse complementada por esa persona. Ni más, ni menos que ella. Alguien con quien recorrer el camino en la misma dirección, sin forzar las cosas, pero sin dormirse en los laureles. Dile que tratar con chicos, aunque ellos digan justo lo inverso, no es cosa fácil. Que un chico de hoy día se obnubila ante una chica lista y emprendedora, pero que la conquista sigue gustándoles a ellos. Dile que si es guapa, miel sobre hojuelas. Que hay algo en su interior, aunque sean respetuosos y coherentes, que sigue procurándoles disgusto, y es imaginarte siendo de alguien más. Que hay una fuerza invisible en ellos que hace que necesiten llevar la batuta y cuidarte. Y que con todo ello, y mucho más que ya irá viendo por sí misma, hay que hacer poco menos que encaje de bolillos. Que somos complicadas, dicen, pero que habrá de reconocerlo a sabiendas de que ellos no se quedan cortos. Que habrá de luchar con el efecto arrasador de ese ímpetu que demuestran en inicio para aguantar estoicamente después como calman dicha fuerza hasta entrar en la reserva. Y me refiero a las emociones, naturalmente.


       A medida que vayas viéndola crecer, muéstrale el camino para conocerse en profundidad. Dile que no tenga miedo de ir descubriendo sus aristas, sus emociones, sus miedos ni sus sueños. Que nadie tiene nada escrito y que casi todo es posible con tesón. Dile que su prioridad será ser siempre ella misma, por más que ame, por más que se entregue, porque si no se es absolutamente fiel, no podrá tampoco compartirse con nadie. Y que habrá de aprender también a estar sola, aunque le rompa el alma, porque ganar en independencia provocará algo que no tiene precio: el día en el que anhele y busque un compañero, una familia, ese sentimiento será absolutamente puro y maduro.

      Cuéntale a esa niña que no importará ser la mejor, ni destacar a cualquier precio, pero que procure siempre dar lo mejor de sí y ser auténtica,  estar satisfecha de lo que haga y de cómo lo haga; de su esfuerzo y de su aguante. Que ser mujer es bello, muy bello. Y que si alguien osa opinar desde fuera sin tener ni idea, siempre podrá regalar un gesto definitivo: discreta sonrisa, cabeza alta y el pensamiento de que su vida solo le pertenece a ella y es más sabia cada día.

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