LIBRE Y CAUTIVO

By María García Baranda - enero 13, 2019




      Cuando llegas a la última página de un libro, a sus últimas líneas y al fin lo cierras, experimentas una contradictoria sensación que baila con delicada armonía. De un lado la tristeza de la despedida, el adiós a su historia. Del otro, la impresión de que ya lo posees para siempre; sus páginas y lo que en ellas se cuenta son ya un poco tuyas. A partir de ese instante ese libro ya no será jamás un simple conocido, menos aún un extraño sin cara ni nombre. Oirás mencionar su título, leerás opiniones sobre su trama, nombrarán a sus protagonistas y tú asentirás con la complicidad y el paternalismo de quien inconscientemente siente que su hijo le pertenece de alguna manera. Desde entonces ese libro es tuyo, a pesar de haberse marchado ya y de que la historia se haya diluido en el pasado.    

     Y esa es exactamente la emoción que yo experimento cuando compongo un texto. Tras marcar su punto final, su contenido queda repartido en dos planos temporales e incluso en dos dimensiones de mí misma. Por un lado, siento que con cada letra he escupido bruscamente la vivencia que narro o el sentimiento que albergaba. ¡Ya estás fuera! Puesto el último punto me he liberado y con él, ofrecido a quien pueda leerlo, suelto de mi mano lo que allí ocurre y lo que me provocó que decidiera ordenarlo en palabras. “Ciao, ciao, ci vediamo, caro amico”. Soltar, sí. Despedida. Sin embargo, hay algo en este ejercicio de escribir que provoca que justo en ese momento en el que doy por bien llegado su final, tan nutrida y plena me encuentro, que de forma invisible anclo su contenido a mi interior, indisolublemente y para siempre. Y es ahí cuando, tras escribir esas letras, me apodero de ellas. Creo incluso que me apropio de los mismos acontecimientos, tal vez de los diálogos de sus protagonistas y de los de sus secundarios, aferrándome celosamente a ese trozo de mi vida… ¡que es mía! 

    Escribo y dejo ir, libero, desahogo, envío a mi pasado cuanto expreso, en efecto. Y al tiempo lo adhiero a mi existencia, lo convierto en eterno cautivo de mí misma, y en marca de quién soy. El pasado y el presente de un escritor nunca estuvieron mal avenidos, pues se alimentan mutuamente para seguir danzando al compás de la música. 




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