EL MILIGRAMO EXACTO

By María García Baranda - febrero 20, 2019




   A la Historia se le hace justicia con la intervención de un elemento infalible y justísimo como es el paso del tiempo. Así, la causas de un acontecimiento reseñable, sus consecuencias mediatas e inmediatas, la importancia de un hecho concreto, el cambio originado por un movimiento equis…, todo ello adquiere el peso exacto una vez que la perspectiva del tiempo hace su labor. Ni antes ni después, ya que en caliente todo es máximo, hiperbólico y exacerbado. 

    En la vida particular sucede del mismo modo, puesto que no es hasta pasado el tiempo preciso -el que sea, cual sea y cuanto sea-, que somos capaces de colocar cada evento de nuestra trayectoria en su lugar exacto. Lo que fue importante y lo que no, lo esencial para nuestra evolución interna, lo que casi nos destruye pero supimos remontar, lo que nos renovó por dentro… Y asimismo con las personas y su huella en nuestro cogote. Ni más ni menos. El miligramo exacto de esencia aportada y de elixir absorbido. 

   Y es que si algo tiene el presente es que eleva las emociones, en especial las negativas, hasta la calentura más endemoniada. Que el enfado en medio del ardor es auténtica ira. Y rabia. Y despecho. Y ganas de asesinar al contrario, si se te pone a tiro. Y la pena en mitad de la tormenta es agónica, abre las entrañas y anega el espíritu hasta la pérdida de la capacidad de ver a largo plazo o el lugar por el que asomaremos la cabeza.

    Lo que sucede es que para poder llevar a cabo esta tarea son necesarios dos ingredientes. El primero son los años, la experiencia. El haber vivido ya unas cuantas veces dicha sensación de relativización, suavización o justa evaluación -según el caso-,  de las emociones acontecidas. El segundo, obviedad máxima, es haber entendido ya esta lección hasta alcanzar el clic que en tu interior te dirá que esto es así. Que siempre sucede. Que, salvo excepciones, todo se coloca finalmente en su lugar merecido. Que el tiempo te otorga la precisión necesaria para poner y quitar medallas a quien se lo haya ganado, para comprender y perdonar o para enviar al limbo eterno. Y que la calma siempre llega después de la tempestad. Así ha de ser. 


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