TRANQUILA

By María García Baranda - febrero 12, 2020




 Una vez aquí, alcanzado este punto de la vida, no anhelo nada en absoluto sofisticado. Aspiro tan solo a pequeños logros del día a día que, seguramente por su escasez en estos tiempos atropellados, cuenten un valor más alto que la inmensa mayoría de las cosas. Se reduce todo a vivir sin sobresaltos, que no sin emociones. Sin percances, que no sin retos. Sin que el alma se me acelere por contacto con elementos extraños. A vivir tranquila.

Con toda probabilidad, mi reclamo podría haber sido tan solo ese lugar común al que todos viajamos ante la necesidad de una existencia apacible y cómoda. Un canto conocido en forma de deseo de paz en el mundo y salud para todos. Y sin embargo, en mí –supongo que como en muchos otros– ha tomado carácter de salvoconducto esencial sin el cual adivino poco llevadero el viaje. Incluso imposible.

Celosa y recelosa de mi mundo, defensora con sangre de mi propio universo, ese vivir tranquila tiene forma de ausencia de contacto con seres limitados: en mente y en espíritu. Seres sin respuestas para la vida, sin juicio crítico ni autocrítica juiciosa. Sin ley ni lealtad. Sin capacidad de entonar un mea culpa que no suene a descargo o de tender una mano conciliadora cuando lo que está en juego es más importante que uno mismo. Tranquila... sin ellos. En todas y cada una de sus múltiples formas y caras, acumuladas a veces: Mediocres, acomplejados, envidiosos, mezquinos, ignorantes por voluntad propia, tarados, egoístas, narcisistas, crueles...

Esa y no otra es mi única aspiración. Mi imprescindible. Aunque el precio a pagar sea el ver cada vez más huecos a mi alrededor y me apoye tan solo en un par de bastones para hacer el camino. 


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