ESTE CORAZÓN MÍO

By María García Baranda - noviembre 19, 2020

 


Seguramente sonará tan triste como una rendición vital. Gris como la derrota que sigue a una partida interminable. Y, sin embargo, mentiría si callo que, de un buen tiempo a esta parte, un pensamiento helado me recorre el cuerpo: he perdido capacidad de amar. Tal vez no en el sentido cualitativo, pero seguramente sí en el cuantitativo. Sé que es así: cada vez quiero a menos personas. Y no me afecta, no siento que me importe. Lo asumo con la displicencia de quien se preguntó en demasía los porqués y paraqués de cada sentimiento humano.


Y de este modo, con el pasar de los días voy percibiendo que son pocos los seres que despiertan en mí un sentimiento de afecto o de cariño. Y mucho menos de amor. Gran parte de los rostros con los que me cruzo no logran despertarme ya especial ternura. No como antes, al menos, cuando el cariño me nacía con una facilidad pasmosa y una intensidad excesiva para la ocasión. Es seguro que se alimentaba de la inconsciencia de quien posee en su mente una imagen idílicamente distorsionada del mundo y de un hambre voraz por sentirse amada a toda costa.

Mi espíritu es casi indolente mientras reflexiono sobre ello. Mi gesto inexpresivo. Y mi asunción absoluta, sin tener la respuesta de si se tratará de un rasgo transitorio o definitivo en mi carácter: perder fuerza amatoria…

 Al ser particular: a base de decepciones y erosiones que me hicieron más sabia, pero también más fría; sabiéndome, no obstante, ignara de cuántas serán las veces que habré de ser derribada aún y al tiempo consumida al calor de la llama.

Al ser en general: porque poco a poco he ido agotando la esperanza de que mi semilla, ese aporte de individuo anónimo pensante, logre hacer surgir un brote verde y fresco en una sociedad soberbia, yerma y reseca de ganas de aprender en emociones y en pensamiento crítico.


Tal vez las noches mataron mi inocencia, las ideas magnánimas se fugaron de mi mente sin darme aviso. Tal vez mi obstinación en pensar que todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario se ahorcó en su propia celda. O tal vez, como en tantas ocasiones me mostró la literatura, se trate del peaje de ir envejeciendo y reduciendo espacio en este corazón mío.


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