Los álbumes
de fotos no nacieron porque sí. Tampoco del deseo de almacenar instantáneas que
vivifiquen el recuerdo y mantengan fresca la memoria, porque en muchas
ocasiones las fotografías mienten, los recuerdos se manipulan y reinterpretan y
esa idea de conservación de emociones y sentimientos se ha cocinado adulterando
la materia prima. Los álbumes de fotos surgieron, en verdad, de la necesidad de materializar la locura de
la vida. Hubo que buscar el modo de entender el aspecto que tomaba la sucesión
de pasos cambiantes y contradictorios que damos a lo largo de los años, sin
aparente conexión unos con otros, dos a la izquierda, uno hacia la derecha…; y
se encontraron los álbumes de fotos, la metáfora más fiel de lo que supone la
existencia: una colección de páginas repletas de cosas hechas, por hacer o
fingidas. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata todo esto: de cosas, una
tras otra, enmarcadas sobre fondo liso.
En
efecto, abrimos el álbum y hallamos pegada a sus páginas toda suerte de cosas.
Hay cosas que se buscan con afán, cosas que se planean meticulosamente, cosas que
se descartan al instante, cosas que se eligen a sabiendas y cosas que te eligen
sin saber. Hay cosas que se descubren por sorpresa, cosas que se asumen a
regañadientes, cosas que se aceptan con resignación, cosas que desean con
enfermedad. Hay cosas que gustaron y caducan, y cosas que en inicio detestamos
para después ensimismarnos viviéndolas. Cosas… Las cosas de la vida. La proporción de cada tipo de
ellas es fiel diagnóstico no ya de quién eres, sino de cómo has ido siendo.
Creciendo o decreciendo. Y sí, ya se sabe que dicha cifra no se fija del todo
por uno mismo, ¡ojalá!, pero sí se modifica, aun contando con la acción de la
casualidad y de lo inevitable. Sea como sea, si llegados a cierta altura de la
vida, superado el ecuador, puedes seleccionar al menos una cosa de cada tipo, siéntete
satisfecho. No todo en ti ha sido fruto de la fuerza de inercia. Ni de la manipulación. Ni del conformismo. Ni de la incapacidad para comprender el mundo. Pero no te
duermas, que los laureles también se secan. Y a los álbumes se los come la
humedad.
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