Mido tres centímetros menos que mi madre y nunca he creído que fuera por casualidad. La vida ha querido que ella se encuentre siempre tres centímetros más alta para poder mirarla hacia arriba, en la posición que para mí se ha hallado y se hallará siempre: Tres centímetros por encima de mi capacidad de amar. Tres centímetros por encima en blancura de corazón. Tres centímetros por encima en experiencia de vida. Tres centímetros por encima en sabiduría emocional y en templanza. Tres centímetros por encima en sensatez. Tres centímetros por encima del mundo que le ha tocado vivir. Tres centímetros más de altura de miras.
Nunca he pretendido alcanzar
su altura. Ni se me pasó por la cabeza. El espacio ya estaba cubierto y cuando alguien como ella lo llena
todo sin pretenderlo, no hay más que hablar. Porque esos tres centímetros que
nos separan materialmente al mismo tiempo nos unen en un todo complementario. Y
es que mientras ella exista, pase lo que pase, me ocurra lo que me ocurra, yo
siempre la miraré hacia arriba, sabiendo que sus ojos ocupan la posición
perfecta en mi alma.
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