...EQUILIBRIO PARA EL AÑO NUEVO (Parte I)
By María García Baranda - diciembre 30, 2013
Quedan escasas cuarenta horas para la llegada del año
nuevo: 2014, par y no bisiesto. Año del caballo de madera para los chinos, año
1435 en el calendario islámico y año siete para los esotéricos numerólogos. Ahí
es nada.
Como mandan los cánones y las buenas costumbres, los
españoles daremos el paso al cambio de año toda vez que tratemos de no
atragantarnos con las doce uvas. Por mi parte añado el dato de que muchos, como
la que aquí escribe, hemos de obligarnos a comer una fruta que ni fu ni fa, con
redoble de tambores incluido; esto es, en tiempo récord. Si a eso le añadimos
la escrupulosa tarea de diseccionarlas y eliminar todo aquello que estorbe,
véanse pieles y pepitas, el gesto ya es de órdago. Tremendamente poética la
tradición, si no fuera porque entre las diversas teorías que pululan por ahí,
dicho trago pudo haberse debido bien a la idea de algún iluminado al calor de
un excedente de cosecha a principios del siglo pasado, o bien a una sátira de
las costumbres aristocráticas unos años antes. ¡En fin, ya se perdió la magia!
Sea como sea, y a pesar de todo, no seré yo quien rompa
con las tradiciones. Como cada Nochevieja haré el esfuerzo no forzado de
cumplir, por aquello de que no hay que tentar a la mala suerte. Por si acaso,
tendré además en cuenta alguna que otra superstición que me asegure un año
afortunado. ¡No sé por qué me acuerdo ahora de Faustino Sarmiento y su Civilización
y barbarie! Tal vez sea buena idea no recibir al 2014 con el pie izquierdo,
mejor aún si es gesto está acompañado de un pequeño salto o impulso con el pie
derecho. ¡Perfecto! Aunque no estoy muy segura de si mi buen propósito quedará
ahogado en las generalidades, porque… ¿qué es la buena suerte? Cada cual tiene
su propio concepto, así que he de centrarme en lo que realmente deseo e ir al
grano.
Como
base fundamental uno puede darse con un canto en los dientes si tiene salud
–por más que a veces se nos olvide-, así que cruzaré los dedos y haré caso a
quienes dicen que para mantenerla habré de vestirme esa noche con ropa blanca. Y,
por otro lado, la materialización de dichos símbolos de fortuna pasa
necesariamente hoy día por asegurarnos la cartera, tendré en cuenta pues la
tradición de comer doce cucharadas de lentejas al son de las doce campanadas.
Si ahuyento también los problemas económicos, miel sobre hojuelas y para ello
el consejo es colocar un anillo de oro en la copa de cava o champán –que
detesto- con la que brindaré con mis allegados; dicho brindis traerá felicidad
y buena suerte, siempre que lo acompañe de un abrazo de felicitación a todos y
cada uno de ellos. Si consigo mantener a raya al poderoso podré darme el
capricho de algún viaje en vacaciones, que ya sabemos que suele truncarse con
extrema facilidad; no habré de olvidarme pues de colocar junto a la puerta de
entrada a la casa una maleta que sirva de fuente de atracción.
¿Pero y si la buena suerte se resiste a entrar del todo?
Posiblemente se deba a alguna mala vibración en el hogar, pero no se alarmen
porque también tengo la solución para ello: un barrido hacia el exterior de la
casa, previa destrucción de aquellos objetos inservibles e inútilmente
acumulados bastará para tal fin. Llegada a este punto no puedo pasar por alto
la mejor carta de la baraja, el amor, por lo que una prenda íntima de color
rojo prenderá la llama de una pasión que no se extinguirá a lo largo de
trescientos sesenta y cinco días. ¡Ea!, creo que no se me olvida nada. Con esto
lograré mucha suerte en general y, como cantaban Cristina y Los Stop,
“las tres cosas que hay en la vida”, en particular. No se puede pedir
más. ¡Qué año!
Claro que ahora que lo pienso tendré que concentrarme
mucho para que no me falle nada y para ello he de visualizar mis movimientos.
Sí, ya me estoy viendo. Levantada de la silla, a la pata coja sobre mi pie
derecho y aguantando el interminable momento de las doce campanadas; y los
cuartos, señores, también los cuartos. Entre uva y uva, una intercalada
cucharada de lentejas difícil de digerir, tanto por la mezcolanza, como por la
opípara cena previa. Justo en el momento en que entre el año, con la copa de
cava en la mano, y todavía manteniendo el equilibrio, un pequeño saltito hacia
delante que me impulse sobre mis acompañantes para abrazarlos rápidamente antes
de brindar; eso sí con el vaivén aún queda algo de líquido dentro. En esta
ocasión, y sin que sirva de precedente, para ayudar con lo que
incomprensiblemente acabaré de comerme, bienvenido sea un generoso sorbo al
cava de mi copa. Qué alivio, si no fuera porque con la emoción, vaticino que el
anillo de su interior seguirá el mismo curso que aquel. Lo veo también:
alboroto general, pánico y alarma, y todos a urgencias. Allí seguramente podrá
curarse algún que otro hematoma fruto de un posible tropiezo con la maleta
estratégicamente colocada en la puerta. Y esa llegada al hospital. ¡Qué
momento! Se oirán las voces displicentes del personal sanitario, al tomarme por
una guiri pasada de copas y aparentemente recién escapada de los Sanfermines,
porque no olvidemos, señores, que esa noche vestiré un impoluto atuendo blanco
con llamativos adornos de color rojo.
¡Feliz
Año Nuevo a todos!
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