Hace algún tiempo ya que aprendí la lección más
importante de mi vida. El caminar que uno elige trazarse se desarrolla en
absoluto estado de independencia física, moral, emocional,… Nos rodeamos de
compañeros de vida que van y vienen -e incluso algunos se quedan-, pero el
éxito personal reside en no depender de nada ni de nadie. Podremos contar con
nuestros afectos, acurrucarnos en ocasiones, compartir espacios y reposar la
cabeza en algún que otro hombro, sí, pero quien no asuma que dicha
independencia es la más vital de nuestras metas está destinado al más rotundo
de los fracasos.
Y sí, lo reconozco, como vulnerable y humana que soy,
claro que he caído en estados de dependencia incluso tóxica, pero como
rectificar es de sabios, me dije: ¡finito! De todo grado alejado de ser una
coraza, es más bien sentido común. Desde entonces tiendo mi mano, sí, pero no
para sujetarme y no caer, sino para ofrecérsela únicamente a quien sepa
agarrarla incluso antes de que yo haya terminado de marcar mi gesto, y tan solo
por el mero placer de rozarme la piel. Desde entonces le regalo parte de mi
tiempo a quienes saben endulzarme el oído desnudándose el alma y entendiendo
que si no me muestran lo que sienten, yo no voy a darlo por hecho. Desde
entonces ya no me doy a cualquier precio, no todo vale y no firmo cheques en
blanco. Doy sin esperar nada a cambio, pero al menor indicio de desequilibrada
relación: ¡ciao, ciao, ci vediamo!
Porque desde hace un tiempo vivo feliz e inmensamente
plena en la república de mi independencia.
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