Sigmund Freud |
Sigmund, es la segunda vez hoy que estás en el candelero. Ya te he dicho más de una vez que en ocasiones hilas tan fino que partes la hebra, pero si hay una verdad entre todas tus ideas es esa de que las emociones no expresadas nunca mueren. Esa de que las enterramos vivas para ver más tarde cómo acaban sacando la cabeza con el peor de los aspectos(1). ¡Qué cierto!, ¡qué acierto, Sigmund! Será por eso que yo hablo y hablo, escribo y escribo, destripo y destripo. Porque cuando me topo con una emoción de las que inquietan y pinchan, mi cara empieza a amoldarse a un gesto rígido y a tomar un color amarillento, cetrino. Como si se tratase de una indigestión que no permite que te centres ni te concentres en nada absolutamente. Puedes percibirla dando vueltas en tu estómago como una única prenda atrapada en el tambor de una lavadora industrial. Tienes toda la razón, Sigmund, y es que es eterna, nunca muere, no. La dejamos encerrada en un zulo de menos de un metro cuadrado y acaba sufriendo un dolor insoportable. Su cuerpo está entumecido por no poder ponerse de pie. Apenas tiene aire en los pulmones, y lo poco que tiene ha sido inhalado de vuelta y aún viciado. Sus ojos,… esos hace tiempo que no los abre del todo y están acostumbrados a la penumbra. Un hilillo de vida fino y quebradizo, aunque suficiente para seguir deseando alcanzar la libertad. Y,… ¿sabes, Sigmund, que también estoy de acuerdo contigo en eso de que siempre terminan saliendo a flote? Diría que en un noventa y nueve por ciento de las ocasiones, fíjate. Ahora, eso sí, preparémonos, bien dices, porque puede ser algo así como el Armagedón. Culpas, complejos, taras, vicios, cobardías, venganzas, ira,… maldad en estado puro. Se me hiela la sangre de pensarlo. Así que yo, como te decía, hablo y hablo. Te cuento, insisto, discuto, te expreso, grabo mi voz en interminables monólogos, escribo cartas y textos incendiarios, repito mis dulzuras hasta empalagar,… todo cuanto haga falta para que esa emoción no se enturbie. Para que cuentes con todas mis cartas sobre la mesa. Para que no me impida seguir adelante. Para no amargar a quien me rodea. Para superar las cosas y superarme yo. Y sí, amigo Sigmund, que ya sé que yo no sé lo que tú sobre la mente humana, ni gozo de tu prestigio, ni me avala tu trayectoria, pero si de algo sé un poco es de ciclos emocionales y de subir sus peldaños. De ahí que le insista al mundo para que no se quede mudo, para que hable, grite, reproche, cante, escriba, recite,… Tanto da. Que tome valor y le diga lo que sea preciso a quien corresponda. Pero que no se guarde dentro sus sentires. No. Excepto si es para descargar conciencias a vista del enloquecimiento ajeno, eso jamás. Y también salvo esas pequeñas parcelas que todos necesitamos para sentirnos libres, y que suelen acomodar emociones ya muy viejillas con las que hemos aprendido a vivir, y otras neonatas que aún no tienen ni siquiera nombre. El resto… deja que salga.
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1. “Las emociones no expresadas nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de peores formas." Sigmund Freud.
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