POR EL RABILLO DEL OJO

By María García Baranda - diciembre 10, 2017



      Hay una historia por ahí pululando, a la que yo he bautizado como La teoría del rabillo del ojo, que hace referencia a la inexistencia de las coincidencias personales. Al parecer se fundamenta en la opinión de, nada más y nada menos, Sigmund Freud que afirmaría que los seres humanos no nos encontramos por casualidad. Que no se da eso de chocarnos de pronto, repentina e inesperadamente, con quien será esencial en nuestra vida, sino que se trata de alguien con quien ya nos habíamos cruzado en algún momento anterior. Alguien a quien ya habíamos visto por el rabillo del ojo, sin apenas darnos cuenta, y a quien habíamos dejado pasar, pero que queda grabado en nuestra mente. Alguien que se aloja ahí, en un lugar de nuestro subconsciente y a quien, envueltos en nuestra vida cotidiana, comenzaremos a buscar sin saberlo y sin descanso hasta que al fin lo encontramos. Pura magia envuelta en ese mundo del estudio de la mente y que a mí me atrapa tantísimo, al pensar que no tenemos ni remota idea de cuánto potencial albergamos en nuestras neuronas y cuánta energía reside en nuestras cabezas sin saberlo. Y pienso en si será verdad. Y me gusta horrores creer que en efecto es así, porque eso me trae dos ideas en las que, a mí entender, sí que existe pura magia, pura alquimia. La primera es que nuestra mente es capaz de almacenar toneladas de información que, sin molestar a nuestro pensamiento en primer plano, se autogestiona según el caso. La segunda es que, aun cuando caminamos absortos e imbuidos en nuestras preocupaciones diarias, nuestro sistema de atención sigue funcionando y absorbiendo estímulos, imágenes, percepciones y sensaciones. Lo ve todo. Lo oye todo. Lo huele todo. Informaciones todas ellas con su función y utilidad precisas. Si sabemos verlo. Si sabemos aprovecharlo.

      No he profundizado más en este asunto esta vez. De momento. No he rascado en el controvertido Freud, de quien sí rescato siempre algunos de sus principios a los le doy vueltas con verdadera devoción. Pero me gusta la idea. Mucho. Me hace sonreír. Y más en este momento de mi vida en el que podría llamar casualidad a un buen número de circunstancias que vuelan alrededor con pinta de coincidencias, y que yo sé que en realidad se deben a habernos visto con el rabillo del ojo y habernos guardado en la mente hasta estar preparados para chocarnos. 


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