Todos morimos varias veces en la vida.
Y no, no me refiero a esos momentos en los que algo, alguien, nosotros mismos nos destruimos. Morimos cada vez que un sentimiento se evapora o un objetivo se atomiza y se diluye en el tiempo. Cada vez que dejamos de ser para alguien lo que éramos. Cada vez que abandonamos un lugar o viramos nuestros pensamientos para llegar a otra orilla. Morimos porque, a los ojos ajenos nunca volvemos a ser exactamente los mismos, porque ni siquiera somos capaces de reconocernos en aquella imagen pasada, porque no hay retorno a las vivencias pasadas. Lo llaman evolución. Yo lo llamo resurrección.
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