Las vueltas que da la vida son madejas
de hilo que nos llevan a lugares donde siempre quisimos estar, pero a los que
tardamos en llegar por terquedad. Son pescozones ante la cabezonería, empujones
frente el miedo paralizante y hasta segundas, terceras y cuartas oportunidades. O ninguna.
Las
vueltas que da la vida son a veces, también, piedras con las que tropezamos por
enésima vez, errores mayúsculos, obstinada insistencia, tesón sin fundamento y
lección aprendida a base de hostias.
Las
vueltas que da la vida bien pudieran ser conformismos con asuntos menores
cuando los mayores no están a nuestro alcance, se frustraron, se perdieron o
murieron de sed en medio de un desierto sin esperanzas.
Las
vueltas que da la vida son un “ya te lo dije”, pero aun más son un “ya me lo
dije” al que no escuchamos en su momento por miedo a quedarnos con las manos
vacías.
Pero
sobre todo me gusta pensar que, en ocasiones y con un poquito de suerte, las
vueltas que da la vida son el viaje que hacemos cuando los astros se confabulan
para llevarnos al lugar soñado, en el momento preciso, al ritmo y a la
velocidad adecuadas; esto es, una vez aprendidos y con el corazón dispuesto a
disfrutar del trayecto. Allí donde hacemos las paces con nuestros orígenes, con
quienes fuimos y aún somos. Mucho más sabios respecto a lo ya vivido e
inmensamente vírgenes de lo todavía no mordido.
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