Cuando era pequeña llevaba a gala la costumbre de no aventurarme en ninguna nueva actividad sin haberla ensayado previamente al menos un poco y en privado. Nunca supe si era algo habitual en los demás o no, pero yo desde luego me sentía mucho más tranquila si olisqueaba de antemano en qué consistía aquello y qué podía ocurrir en el momento cumbre. Pero sobre todo si medía qué podría sucederme a mí misma. No sé muy bien si tal necesidad, considerablemente intensa por cierto, se debía a un pudor extremo o a un desarrolladísimo sentido del ridículo. Vergüenza un tanto teñida de mieditis. Tal vez hubiera algo de eso. Pero para ser honesta sé que en esa práctica había mucho asimismo de no querer fallar estrepitosamente y no resultar un auténtico desastre en lo que quisiera que fuera que estaba en juego. De eso ha pasado mucho tiempo ya, pero mentiría si dijera que no resta aún algo de aquella necesidad mía. Aún me siento más relajada y segura cuando le echado un ojo a los acontecimientos y he calibrado los riesgos, si bien es cierto que tiendo cada vez un poco más a aventurarme y a que me importe menos equivocarme, caer o hacer las cosas rematadamente mal.
Y es que, si lo pienso bien, la vida no nos da posibilidad de ensayo. Se vive a una sola intentona, a una sola carta y que sea lo que el cosmos quiera; bueno, malo o regular. De un solo uso. Y como mucho contaremos con la posibilidad de reconducir el rumbo, pero sin ensayos generales, sin preparación ni cursillos y sin posibilidad de reiniciar la partida. No del todo. Nunca del todo. Así que, sabiendo como sabemos todos que nadie nace aprendido como hijo, hermano, padre, pareja, amigo, trabajador, ser social,... no sé a qué viene tanto ruido de autoflagelación cuando algo no nos sale tan bien como esperábamos, no medimos nuestra comprensible torpeza o no vimos venir la tormenta. ¡Acabáramos! Neófitos de todo absolutamente. Tal vez no asumimos que no hay más que una oportunidad para cada cosa. Que no se puede retroceder, y ¡ni falta que hace! Tal vez somos un tanto soberbios, prepotentes y orgullosos. Tal vez creemos que la vida de cada uno es especial respecto a las ajenas. O tal vez conservemos algo de aquello que a mí de niña tanto me inquietaba, esa vergüenza que me llevaba a querer ensayar una vida que no tiene ensayos posibles.
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