Capítulo I: MUJERES
No entiendo a las mujeres que dicen no ser feministas. No las comprendo en absoluto. Del mismo modo que no habría entendido a un ciudadano afroamericano impasible en plena lucha por los derechos civiles, o a un trabajador que no se rebela ante la pérdida de sus derechos laborales. Juro que no las comprendo, porque una mujer no feminista es alguien que asume que su lugar en la sociedad se encuentra por debajo del de un hombre en necesidades y derechos. Lo asume, lo interioriza, llega a creerlo firmemente y se siente inferior a ellos. Una mujer no feminista cree que hombres y mujeres hemos de cumplir unas labores concretas y diferenciadas en el seno de nuestra sociedad, porque nuestras genéticas así lo condicionan. Porque toda mujer que se vea, se piense, se sienta y se sepa igual a un hombre es feminista. Por lo tanto algo falla en las consideraciones y comprensión del término feminismo, y en el discurso no escuchado ni leído por muchas y las respuestas aprendidas sin pensar. Así que, una vez entendido este principio y absorbido el hecho de que hombres y mujeres hemos de ser iguales en sociedad, pregúntate: ¿eres feminista?
Si eres mujer y concluyes que no eres feminista, déjame decirte que se dan en ti tres circunstancias de notable gravedad e imprescindible abordaje. La primera es que te has creído el discurso inoculado en hombres y mujeres a lo largo de la historia, ese que dice que el hombre es superior a la mujer por cuestiones genéticas. Habérselo comido como tal no es reprochable, es asunto sencillo dado que todo el tenderete social ha estado montado en función de esa premisa desde el origen de los tiempos, y los esfuerzos para alcanzar tal fin han sido muchos y muy potentes. La segunda circunstancia es que estás asociando las diferencias y las particularidades físicas de hombres y mujeres, con el respectivo rol que han de desempeñar en la sociedad y, lo que es aún más nocivo, con las obligaciones y derechos de unos y otras. La tercera circunstancia es que creyendo tal principio, defendiéndolo, no poniéndolo en cuestión y no combatiéndolo estás alimentando el circo de la superioridad de los hombres sobre las mujeres. Observa por tanto si dichas circunstancias se dan en ti y contesta: ¿crees que una mujer es inferior a un hombre?
Si no lo crees así, eres feminista. Así de sencillo. Crees que hombres y mujeres somos iguales, al margen de nuestras diferencias biológicas. Por lo que siendo feminista tienes dos posibilidades de actuación frente a ti, y con seguridad tú practicas una de estas dos. La primera es obrar en consecuencia. Leer, observar, preocuparte por analizar la situación. Y después de ello, independientemente de tus circunstancias particulares, hacer tu aportación a la lucha por la igualdad de hombres y mujeres. No consentir, educar y educarte en igualdad, fomentar tu opinión crítica para no dar ninguna situación por igualitaria sin un análisis pausado previo, y combatir los comportamientos sexistas y los abusos del tipo que sean. La segunda posibilidad es la de, a pesar de ser feminista, no hacer nada por creer que las cosas no van a cambiar, y por considerarte que tú eres solo un grano de arena en el desierto. Esto es, la posibilidad de ser una feminista desmotivada. En el primero de los casos seguramente serás activa y participarás en todo aquello que contribuya a que el día a día de mujeres y hombres sea menos distinto, seguramente con los rasgos aparentemente más sencillos. En el segundo de los casos, permíteme decirte que si bien en teoría tu pensamiento es coherente, de poco sirve al resto ni a ti misma. Pregúntate esto también: ¿feminista de palabra?
Si has contestado que sí, que eres feminista aunque no se te note en tus actitudes diarias, cabe la posibilidad, no ya de que te hayas rendido, sino de que pertenezcas a un grupo de mujeres que dicen serlo, pero que en absoluto lo son. Ya lamento tener que afirmarlo así, a bocajarro, pero tienen de feministas lo que yo de bailarina balinesa: cero. Y ya sé que razones y justificaciones hay varias, pero ninguna de ellas se sostiene. La primera justificación que suele escucharse es la de que los tiempos han cambiado mucho y que ya no hace falta llevar a cabo una lucha tan marcada. Que ya somos todos iguales. Sin duda quien afirma tal cosa no puede ser feminista, porque carece absolutamente del primero y más esencial de los requisitos: visión social. Es por tanto alguien que no se ha sentado a observar de veras qué comportamientos estereotipados la rodean y si son justos e igualitarios, por lo que puede ser víctima de un lavado de cerebro con miles de años en práctica; pero sobre todo es alguien que no mira qué pasa ahí afuera, que no coteja datos, que no se preocupa por saber qué le sucede al resto y qué ocurre en entornos menos favorecidos, ni por supuesto quién sale victorioso o perjudicado en cada caso (1). Ese caso conlleva el egoísmo propio de quien no mira porque no le afecta, y no actúa porque no le salpica. La segunda justificación para quien afirma que el feminismo no es necesario es aquella de que hay que saber reconocer y respetar las diferencias entre hombres y mujeres, y que esas diferencias hacen que no podamos ser iguales en sociedad. En otras palabras, la confusión de las churras con las merinas, puesto que no hablamos de penes, vaginas, ni complexiones físicas; tampoco de nuestro componente animal. Hablamos de derechos, de respeto y de no adjudicar papeles en la sociedad y privar de otros. El tercer razonamiento se basa en decirse no feminista por asociar tal pensamiento a ideologías políticas, o a la defensa o crítica de un sistema económico u otro. Brindis al sol, dado que esconderse y escudarse en la materialización y desarrollo práctico de los sistemas organizativos sociales, desoyendo el germen mismo de estos, que es la propia condición de ser humano de sus individuos, resulta o bien hipócrita o bien estúpido. O te interesa un sistema que pisa tu condición femenina y anula los de otras, porque recibes beneficio económico de ello -hipocresía- y no te importa prostituirte a él, o defiendes un sistema que te ningunea, a ti o a otras, porque no eres capaz de ver el alto precio que te cobran por esa comodidad -estupidez-. El cuarto razonamiento para la no feminista es el que repite aquello de no querer pasar por encima del hombre, es decir, el de aquellas que defienden que una mujer no está por encima del hombre y que el feminismo pretende tomarse la revancha del machismo, ocupando un puesto de superioridad. Si estas leyendo esto y te encuentras en este cuarto y último supuesto, tan solo te diré una cosa: empieza otra vez, vuelve a leer este texto desde el principio, con calma, con tiempo, y todas las veces que haga falta. Subraya incluso si es preciso, pero no ceses hasta haber entendido qué es el feminismo.
Capítulo II: HOMBRES
No entiendo a los hombres que no son feministas. O no quiero entenderlos en algunos casos, puesto que me obliga inexorablemente a tener que dividirlos en humanos e inhumanos, desde el punto de vista de rasgo de carácter. De entre todos los hombres que me rodean en el día a día, directa o indirectamente, hay quienes se identifican con el feminismo y quienes lo repelen como si se tratase de una lacra. Si eres de los que, al mirar a una mujer, no encuentras con ella diferencias respecto a ti, a la hora de desempeñar un trabajo fuera o dentro de casa, cuidar de la familia, tener la custodia de unos hijos, desarrollar su sexualidad, dar y exigir respeto,… eres en efecto feminista. Es muy posible que a pesar de identificarte con este pensamiento adviertas tu temor a llevar a cabo en alguna ocasión algún comportamiento de los que se consideran micromachistas. Tal vez sea así, pero la ardua labor del sistema heteropatriarcal ha hecho sus tareas muy bien hechas desde que nació la primera sociedad, y todo hombre se ha visto y se ve rodeado de estímulos que tiran de él hacia dicho sistema y lo hacen actuar inconscientemente. Darse cuenta de ello ya es un paso. Combatirlo un deber moral. Así que, no dejes de fijarte y de hacer algo al respecto. ¿Te reconoces entre este grupo?
Si has respondido afirmativamente, me alegro de ello, y espero que tal condición se extienda, profundice y mejore. Denota, desde luego, sentido común, respeto al ser humano sin condicionamientos y un no querer aprovecharse de un sistema que les beneficia a costa de privar de derechos a otros seres humanos: las mujeres. Pero el asunto va mucho más allá, porque si eres hombre y te piensas, te sientes, actúas y eres feminista, estás combatiendo contra un teatro que te tiene cogido igualmente por el cuello, aunque desde otro ángulo. Aquí podríamos diferenciar dos grupos: el hombre que es consciente de que el rol de sexo también le perjudica, y aquel que no es capaz de detectarlo. Los primeros son sabedores de que por principio gozan de una serie de privilegios y se zafan de una serie de incomodidades, injusticias, faltas de respeto o peligros, por el simple hecho de ser hombres. Y del mismo modo saben que hacer uso de esta condición les conlleva una serie de responsabilidades, cargas o sambenitos, explícitas o tácitas, no siempre tan favorables y en ocasiones muy perjudiciales. Un hombre es fuerte, un hombre no llora, un hombre seduce y liga, un hombre es cabeza de familia, un hombre no flaquea, un hombre es caballero, un hombre es animal sexual,… y una mujer cuida de la prole, tiene un vínculo especial y mayor con los vástagos, tendrá prioridad a la hora de tutelar y velar a sus pequeños, es pues más delicada, emotiva, sentida, frágil. Honor obliga. Este primer grupo de hombres, por tanto, siente dolor por esa mujer que ve discriminar y de rebote recibe el pelotazo de aquello que le dice qué puede hacer y qué no puede hacer. Ni pensar, ni manifestar, ni sentir, ni reivindicar. El segundo grupo de hombres, a pesar de poseer una sensibilidad y sentido del feminismo como igualdad, no se había percatado de todo lo anterior, pero quizás ahora comience a prestar atención antes de sufrirlo en propias carnes de una manera menos suave de la que estoy segura ya ha experimentado en los actos más cotidianos. Véase, en caso de tener que acudir al derecho de familia, por ejemplo. (2)
Si eres hombre y no eres feminista, estás -tal y como ya me referí anteriormente con las mujeres-, nadando en la hipocresía y prostituyendo tu dignidad a cambio de vivir como patapollo; o bien te baña la estupidez más absoluta, por lo que también es urgente que leas. Mucho. Una y otra vez, y subrayando lo importante hasta entender. Fuera de estos dos casos, se encuentra un tercero que es el de la sinvergonzonería más bochornosa, se cubran con la excusa que quieran –“las feministas odian a los hombres” o “hay que conservar las diferencias de sexo porque la biología nos hizo así”-, o manifiesten su deseo de querer seguir estando por encima abiertamente. Si es así, desde aquí les ofrezco mi más absoluto desprecio, y les deseo probar unas gotitas de ese sistema desigual que no siempre beneficia a quienes ellos suponen.
EPÍLOGO
Este jueves 8 de marzo se celebra, como cada año, el Día Internacional de la Mujer, antes Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
No se trata de una huelga laboral. No solamente. Es una huelga de todo aquello que desempeña y representa una mujer para la sociedad.
Ni se trata de una huelga anticapitalista, aunque dicho sistema hoy sustente con conveniente y cómoda holgura aquello contra lo que se lucha.
Tampoco es una huelga política o politizada, si dejamos a un lado que todo lo que conlleve organización social se tiñe de política en el sentido más estricto de la palabra.
Y por supuesto no es una frivolidad del barrio de aquí al lado, esto es, de cuatro locas y locos con ganas de hacer ruido.
La impresionante cifra de 178 países convoca una jornada de huelga para este día. La primera huelga feminista de la historia.
Tú decides.
Tú decides.
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