ALMA DESORDENADA

By María García Baranda - mayo 16, 2018




    A veces tengo el alma algo desordenada. Sin motivo aparente, ni causa que provoque ese bullicio. Me refiero a esos días en los que nada ocurre y no obstante me vuelvo un explosivo. Se da vuelta mi piel, se me hace fina, me inquieto, me revuelvo y me vuelvo más sensible, discuto fácilmente…. Dicen que esto es debido a que algunas hormonas se amotinan, y tal vez haya algo de cierto en ello. Pero yo le adjudico gran parte de la culpa a un momento puntual de descuido interior por el que se me abre una rendija a través de la cual se me cuelan cosillas sin ninguna importancia. De ese descuido hablo, del de bajar la guardia y que se descompensen los calibres de lo considerable y de lo nimio. A veces pasa.

    Tengo instalado en mí un fino mecanismo, ajustado al milímetro, afinado, por el que no tolero que los asuntos vanos me quiten la alegría. Ni la paz interior, la calma ni la risa. No me permito ya entristecerme, sentirme preocupada o agobiada por cosas materiales, por una discusión irrelevante o por unas palabras que hayan sonado mal. Trato de mantener a raya, muy a raya, esas cuestiones que, aun insignificantes, me hicieron tiempo atrás perder sueño. Romper mi fortaleza, tirar la fe en mí misma y apagarme la chispa. Que me hicieron llorar hasta cansarme o sentirme culpable. Ese es mi mecanismo, un artilugio hecho con materiales nobles, pulcro, brillante, de rítmico compás con el que me deshago del veneno y me limpio los ojos de arenillas lanzadas a la cara. Y miro a lo que importa, a lo que tiene peso y me marca el camino dejándome que sea la que de veras soy. Feliz. Agradecida. Satisfecha.

   Pero de cuando en cuando, así sin más motivos, los problemas mundanos me ganan la partida y toman posiciones. Y me enfado por todo y echo bilis. Se desordena el alma y se me olvida que hay en mí un engranaje que diseñé yo misma, construido en el tiempo y que aprendí a utilizar a través de los años y los daños. Tengo que darle cuerda y que ordene de nuevo este alma mía. Con unos cuantos besos...





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