Tienes razón, toda la razón. No hay dos amores iguales, como no existen dos personas iguales. Ni tan siquiera uno es el mismo cada vez. Tampoco ha de compararse, ni calibrarse, ni puede medirse. ¿Cómo? El amor no se mide. Se siente y punto. Tampoco se analiza, ni se disecciona, ya lo he aprendido. Se vive y cada cual sabe bien, muy bien, en su interior más sincero qué es lo que siente exactamente y de qué forma este se abre paso cada día. Así que no hay dos historias de amor idénticas, por supuesto. Como no hay dos relaciones humanas idénticas tengan estas el color que tengan. Pero sí creo, en cambio, que el amor tiene edades. Y no me refiero a las fases que se atraviesan entre dos a lo largo de los años de una historia común, eso ya sabe. Me refiero a la forma en la que uno enfrenta el amor en función de quién es hoy, de cuánto ha vivido anteriormente, cómo ha evolucionado y cuánto ha aprendido de todo ello. Grados de madurez que giran sobre sí mismos para, si se es un pelín listo y lo suficientemente profundo, hacer que la propia concepción del amor crezca. Y mejore, por cierto.
Así, se ama a veces en lucha constante, peleando cada centímetro de tierra conquistada al otro, como si este otro fuera un contrincante a batir. O a convencer acaso de nuestros modos y maneras. Tienes que, dame esto, no me das, has de hacer, debes ser,.... ¿Amor en guerra? Tensión y adrenalina a toneladas. Llanto y desazón a litros. Fracaso asegurado. Se ama otras veces con los ojos puestos en un objetivo común, esta vez dos a una, sí, dibujando un proyecto a alcanzar de cuyas rayas no nos permitimos salirnos. Ahí hay que llegar, allí es que vamos. Y vamos juntos, sí, aunque... ¿automatizamos los sentimientos?, ¿perdemos su verdadera esencia? Se nos olvida escuchar cada rincón de lo que somos, cada variación de nuestros estados de ánimo, de esos rasgos humanos sumamente imperfectos que constituyen que el dibujo no sea al fin una línea recta, sino un garabato espontáneo y natural, vivo. El proyecto es perfecto, pero pasa por encima de sus integrantes. Game over. Existen ocasiones también en las que se ama dando todo y más. Y más y más y más. Y cuando se termina lo que somos, acudimos a nuestras reservas secretas. Y si estas no son suficiente aún pedimos un préstamo al primero que pase. Amamos dando aun sin recibir. Y no nos importa, porque ¡el amor es eso!, porque hemos dado con la fórmula del amor generoso y desprendido, en absoluto egoísta, el que todo lo puede. Pero resulta que el amor es cosa de dos y que el balancín se cae si no se sienta nadie al otro lado. Que uno puede morir de inanición, de locura y de sed si se sobreexpone al sol del desierto solo como la soledad. Y RIP. Y se puede amar sin complicaciones, porque sale del tuétano y… ¡se está tan a gusto! Se camina de la mano sin paradas, pero sin carreras precocinadas. Tampoco se hace mucho caso ya a los estereotipos, las fórmulas magistrales se han borrado de la memoria y en su lugar aparecen matices nuevos y mucho más auténticos. Los cinco sentidos se convierten en diez por vía natural. Porque ambos ven, escuchan, huelen, tocan, y degustan por dos. Y no pierden sin embargo identidad alguna. Es un curioso modo de vivir la independencia, pues respetada al máximo, alimentada, decide por sí misma abrazarse a quien ama. Buscar el bien del otro sin atentar al propio, y viceversa. Retroalimentación asegurada, donde prima lo inmaterial, lo eminentemente visceral, pero no únicamente en el sentido amatorio, sino en toda la extensión de lo que nos compone por dentro, mente incluida. Suele darse además cuando se consigue no depender de miedos y daños pasados, pero sobre todo cuando se ha entendido que nunca hay garantía de éxito y que el dolor existe, y aun así se ama sin cortapisas y con ganas.
No existen dos experiencias iguales, no. Ni falta que nos hace. Por respeto a nosotros y a quienes las integraron. Por respeto a la vida. Tampoco existen registros de nivel de esto o lo otro, ni medidores de intensidad al uso. Hay un amor que cumple edades, un concepto que madura. Si se sabe hacer. Si se quiere hacer. Si se está dispuesto a salir de la ceguera. Y a escuchar.
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