No me dedico a la política, pero la política me importa. No concibo una organización social sin ella, aun cuando echo verdaderas pestes de cómo esta se articula. De sus déficits, sus agujeros negros, y sus lagunas, esas por las que se cuelan argucias, caraduras y ladrones de guante blanco roto. La política, pues, me incumbe desde que estaba a punto de entrar en la edad adulta, por cuanto empezó a importarme sentirme útil en el grupo social del que formo parte. Y por ello, dentro de la subjetividad de mi ideología, trato de ser coherente y objetiva con lo que se espera de quienes se encargan de ella, con el propio sistema que nos envuelve, y con mis propias opiniones y decisiones.
Soy seguidora, simpatizante, militante y votante de Podemos. En los últimos días he leído y oído numerosas opiniones -a favor, en contra y a medio camino-, a cerca de la noticia de que los dos mandatarios orgánicos de Podemos, Pablo Iglesias e Irene Montero, se han comprado una casa de aproximadamente 600.000 euros. La propia noticia me ha generado una opinión, desde luego. Una opinión como adulta, como oyente y lectora, como ciudadana, y como militante. El seguimiento dado a la cuestión, las reacciones consiguientes, las respuestas y las actuaciones de propios y extraños también. Y no sé qué me preocupa más, si mi conformidad o disconformidad con el propio asunto, o el corroborar una y otra vez que vivimos en un país plagado de mendrugos y desfachatez.
Leí el titular de la nueva casa de Iglesias y Montero el mismo día en que se publicó. Mi primera reacción fue la de pensar que era falsa y que se trataba de una noticia del antiperiodístico OK Diario y de la jarca de Inda. Resultó que el hecho era cierto, que los dirigentes de Podemos habían buscado casa y que finalmente se compraban una propiedad hipotecada en Galapagar por una cantidad en torno a los cien millones de pesetas. Pensé en cifras, pensé en términos económicos, pensé en bancos y pensé en términos salariales. E inevitablemente pensé en Podemos y en la repercusión que el hecho podría traer consigo. He de decir, sin tapujos, que no me gustó, torcí el gesto, pero creo importante matizar el porqué. Comencé analizando de manera aséptica la operación. No me generó ninguna opinión especialmente negativa el que adquiriesen una vivienda en propiedad, ¡solo faltaba! Analicé la cosa, teniendo en cuenta cómo están los precios en el mercado de la vivienda, cuál es la situación concreta del precio del suelo en Madrid y qué características corresponden a las propiedades de lujo y cuáles no. A la luz de todo ello, observé que en efecto la casa posee unas dimensiones más que considerables y que el precio resulta prohibitivo para la mayor parte de la ciudadanía de a pie. Pero ni uno ni otro aspectos la convierten en una vivienda de lujo, por más que hoy día sea un lujo vivir así, y que la propiedad sea fantástica, que lo es. Amplitud, árboles, campo, tranquilidad…. A mí me encantaría disfrutarla, sin duda, aunque no crea que sea en absoluto necesaria una superficie tal para vivir digna y cómodamente. El que esa casa cueste lo que cuesta es una moneda de dos caras. Desde el punto de vista del mercado resulta hasta barata. Desde el sentido común y lo que supone hoy por hoy comprar o alquilar una vivienda el precio, como casi siempre, es una indecencia. Como lo es un piso en Bilbao o en Sevilla, un apartamento en Barcelona o un chalet en Santander. Ambos han buscado y elegido, firmado hipoteca y comprado. ¡Hecho! Decisión particular en la esfera de su vida privada, con su propio dinero y sin nada que oscurezca la operación bancaria ni la compraventa. Tampoco ese hecho me provoca inquietud. Ahora bien, preferiría que la noticia no se hubiese generado por varias razones. La primera tiene que ver con un pensamiento particular que es relevante, por cuanto es mío y solo mío, y yo no soy parte de esta historia, y es que no veo preciso adquirir en compra una propiedad para formar un hogar, al menos mientras el sistema funcione como funciona y eso se convierta en un elemento que estigmatice y clasifique al individuo y que, de paso, alimente esa preciosa práctica que es la especulación. En segundo lugar, porque pasar por el aro de pagar “lo que nos pidan” por un techo, dado que los precios son lo que son, me parece un disparate. Y un modo de seguir alimentando a la bestia; y aún más tratándose de quienes se trata. Y en tercer lugar, precisamente esto último: se trata de ellos. Creo que han pasado por el aro, como muchos otros españoles; que es una bajada de pantalones en toda regla, que se contradice con la política de lucha contra el neoliberalismo y el capitalismo más amargo, y que es una torpeza. Habría preferido que hubiesen elegido vivir con menos, aunque repito que no es asunto mío. Habría preferido que se erigiesen en ejemplo y símbolo de que efectivamente con menos se puede vivir, aunque puedan permitírselo. Porque aunque el lugar común de que ser de izquierdas conlleve ser pobre es una verdadera gilipollez, el panorama es hoy tan desolador y desmoralizante que el instalarse en determinados modos de vida me parece un sacrificio imprescindible. Hoy que ya nadie cree en nada. Hoy que cualquier buitre va a aprovechar el más mínimo movimiento desacompasado. Hoy que la gente está hambrienta de altruismo y empachada de desvergüenza. Lo creo realmente necesario en un momento en el que la obscenidad en la que cae el capitalismo solo puede combatirse con medidas absolutamente tajantes y férreas. No cabe otra.
Declaro lo anterior porque siempre he tratado de huir del pensamiento único, porque aunque Podemos sí me representa en su esencia, fondo y forma, no he de estar siempre de acuerdo con todo lo que suceda en su seno, por supuesto. Ni lo estaré. Ni falta que hace. No tolero esa indecencia de cerrar filas, incluso en circunstancias de extrema gravedad, tan practicada por la derecha. No en mi ideología. Creo que estar disconforme y manifestarlo libremente forma parte característica de su pensamiento y de unas gentes con las que, desde su aparición, unas más y otras menos, me sentí identificada. Cultura, educación, formación, sentido de igualdad, justicia y sociedad. Creo que esa compra es un error desde el punto de vista estratégico, precisamente donde mi idealismo no me permite dar paso a estrategias. Pero ya está.
El tratamiento externo de la noticia ya es harina de otro costal, basura con pedigrí. Para empezar, es un cañonazo directamente dirigido al pueblo. Y no darnos cuenta de ello es enmendar la plana a los que nos dirigen como marionetas. Es, de hecho, asumir como imbéciles el rol de marionetas. Tratar tirar por los suelos a Iglesias y a Montero por la compra de su casa es decirle a la gente: “¿veis?, estos también se aburguesan, todos son iguales; quedaos con lo conocido que estos lo que quieren es medrar”. Argumento naif solo para seres muy limitados. Desde luego yo me siento insultada en mi inteligencia. Por otro lado, el tráfico de informaciones, el acoso y derribo, y la persecución física de los implicados es también estrategia de la peor calaña. De nuevo, no ya por ellos, sino porque dispara directamente a la fe de quienes creen que hay una manera diferente de hacer las cosas, de un pueblo que ya en el pasado vio como sus representantes de confianza, esos que habrían de dar la vuelta al tenderete, caían en el lado oscuro. También porque entre quienes arremeten contra el hecho no se encuentran precisamente aquellos que formulan una discrepancia o lo sienten como incoherencia social o política, sino quienes pretenden oposición desleal y emplean doble vara de medir. Desde luego y sin ningún género de duda me refiero a miembros, simpatizantes, militantes y votantes del Partido Popular, de Ciudadanos y del PSOE. Me carcajearía de sus declaraciones si no fuera porque quienes tienen la insolencia de criticar esa compra perdieron la moral y el respeto de todos hace mucho, mucho tiempo. Es tan infame que resulta inenarrable. Que un político del PP, el partido más corrupto de Occidente, tenga la desvergüenza de formular una leve crítica sobre tal hecho, una adquisición cien por cien legal y transparente, llevada a cabo con dinero propio, es un ejercicio de cinismo de dimensiones supremas. Que quien roba a manos llenas, paga sus casas, propiedades, viajes, artículos de prestigio,… con nuestro dinero, llena sus cuentas corrientes en paraísos fiscales a base de mordidas, y trafica con amiguismos y favores vendidos,… abra siquiera la boca es de tal insolencia, que no comprendo siquiera cómo hay a quien no le chirría en la cabeza. El asesino en serie que reprende a quien pisa un pie al de al lado, algo así. ¡Dantesco! Con sus más de novecientos casos -de los 1300 que se contabilizan en España- de cargos políticos imputados por corrupción. ¡Con un par, sí señores! Otro ejemplo más de la frescura con la que se ríen del mundo estos expertos en fabricar cortinas de humo a la desesperada para no perder el negocio mafioso que han construido.
Y luego están los palmeros. Esto sí que es de traca. Esos ciudadanos de a pie que corean la infamia. ¿Por qué? Pues una de dos. O les importa un comino la decencia de los argumentos esgrimidos, ya que son de los creen que todo vale -lo que me hace pensar que se conducen de igual modo por la vida, esto es, inmunizados a la indecencia con tal de vivir bien-; o se trata de seres carentes de mínima inteligencia, limitados hasta tal punto que no ven que hay quien mata moscas a cañonazos. Es muy chic seguir al partido a costa de lo que sea, sí. Aunque se lleven lo más grande. Por mi parte, yo me sentiría defraudada, engañada,… y desde luego que me vería incapaz de decir a todo sí bwana, de pasar por alto lo que está aconteciendo, de no ser durísima ante una situación tal y no plantarme ante imputaciones, fraudes, clientelas, falsificación documental, cohechos, prevaricaciones y/o ministros detenidos. Yo, desde luego tendría más que suficiente. A no ser que fuera tonta del haba o no tuviera vergüenza. Pero esa sería yo, cosa mía. De momento le digo a la gente del PP y adeptos que, mientras no condenen las tropelías que están despedazando el país, no tienen derecho alguno, ético ni moral, para criticar ni uno solo de los comportamientos llevados a cabo en política dentro del seno de la legalidad.
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