Hay personas que nunca regresan del amor.
Jamás vuelven. Permanecen eternos deambulando por un cosmos color azul
grisáceo, de brisa destemplada y cielo abierto en dos. Son seres
destinados a ser nómadas de un amor a otro amor, de esos de letras grandes,
mayores que sí mismos, que sus propias palabras, más altas que sus cuerpos. Y
se quedan ahí, justo ahí es que perduran. En la nada. Sin ruido. No vuelven, pues
no pueden; quizás tampoco saben. O no quieren saber. O no saben querer…, eso es
seguro. Aunque yo más bien creo que esos seres que jamás retornan del amor no
llegaron tampoco ni siquiera a alcanzarlo. Ni supieron acaso que vivieron en él,
si es que lo hicieron. Se quedaron a puertas, sin sentir lo que es, cómo es, de
quién es. Sin saber qué se ama ni la forma de hacerlo. Queriendo sin querer.
Sin querer que los quieran y sin querer quererlos. Ya lo dije: quizás tampoco
saben. O no quieren saber. Y es que de esos hay muchos, con las caras borradas,
y los pies desgastados y sucios de ceniza.
Y hay personas de amor. Del color del amor, del sabor del
amor, de su olor. Que te impregnan de aire, y este pesa y desliza su tacto
sobre el cuerpo desnudo de los que son amados. Que su voz es caliente y abriga
hasta los pensamientos. Que se brindan enteros sin esfuerzo ni precio, sin
peaje ni rictus elevados. Que te inspiran per se y que expiran los pedazos de
ti, si te muerden el cuello…; un puro escalofrío. Hay personas de amor. Con
amor, por amor. Que se llevan el mío, pero sin desnudarme y regeneran más con
cada beso. Inagotable fuente de placeres mundanos y divinos. Porque saben
querer. Porque quieren hacerlo. Porque quieren saber. Y porque yo los quiero.
1 comentarios
guau, pero que bonito escribes, eres muy buena, te felicito, saludos
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