Las
tormentas nos han abandonado y se instalan discretamente los primeros rayos de
sol que tratan de hacerse un hueco visible y bien asentado. Los recibo con una
sonrisa sincera y amplia, cierro los ojos y me dejo ir por una brisa renovadora
que me tiene absolutamente fascinada.
Hubo
un tiempo, prudencialmente lejano ya, en el que había perdido la esperanza de
que el largo invierno llegara a su fin. Frío, como es natural, pero especial y
cruelmente gris. No era para mí. No iba con mi concepto de la vida y me apagaba
el alma hasta el punto de arrancarme la capacidad de reconocer a la gente con
solo mirarla a los ojos. Si he de ser honesta, tal sensación había ido saliendo
de mi cuerpo paulatinamente, como si este, sabio y paciente, hubiera querido
prepararse para la llegada del buen tiempo. Fue una tarea íntima y
estrictamente individual, no achacable a nada ni a nadie, salvo a mis fuertes
deseos de renacer y recuperar mis orígenes. Ahora ya puedo decir: estoy lista y
lo he logrado.
En
efecto, los buenos tiempos han llegado y con ellos un sol resplandeciente. Y le
sonrío con los ojos, porque en cada mirada trato de transmitirle un bienvenido
seas. No sé dónde has estado todo este tiempo, no sé si el invierno te eclipsó
también, pero no importa. Lo que importa es que ya estás aquí.
(Y
seguiré sonriendo con los ojos hasta que me tome de su mano…).
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