Cuántas veces oímos e incluso pronunciamos con absoluto
amargor que es el egoísmo lo que abunda, que cada cual va a lo suyo, que ya
nadie conoce a nadie… Entono un mea culpa por aquellas veces
en las que he dejado escapar tales palabras, aunque en un arranque de justicia
conmigo misma he de decir que han sido escasas. Llámenme idealista, utópica,
ilusa, soñadora, romántica, confiada e incluso inocente.
De todo abunda por estas viñas, sí, lo admito; pero
igualmente declaro que no iba tan desacertada cuando seguía defendiendo
belicosamente que aún hay quienes en poco tiempo te ofrecen su mano, quienes
limpiamente se abren al mundo sin rugosas dobleces y con sencilla generosidad
van forjando su entorno social.
Llámenme idealista, si quieren, sí; pero advierto: con
los pies en la tierra y argumentos de refutación en el bolsillo. Aún conservo
el olor y la imagen de esa sensación. Y por si acaso aconsejo: mantengan sus
ojos abiertos de par en par, y la mente despojada de infundados y desconfiados
prejuicios, no vaya a ser que, en su paseo de tarde, durante los minutos
robados a la vorágine de sus ocupaciones diarias o al salir del portal se
crucen con uno de esos seres y se pierdan el placer de mirarlos a los ojos.
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