Cuesta poco darse cuenta al asomarse a este blog de que
la inmensa mayoría de los textos versa sobre mis reflexiones personales sobre
las emociones, los sentimientos, las relaciones, los cambios originados por el
tiempo y las experiencias… ¿Qué le voy a hacer?, ¡es lo que hay! Cuando comencé
a escribir en él no era muy consciente de la dirección que tomarían mis letras,
pero sabiendo que en mi balanza cae por su propio peso del lado del corazón la
causa es cristalina.
Son muchas las horas del día que empleo en mis labores
cotidianas, pero entre los entresijos de cada una de ellas se enredan miles de
pensamientos que no dejan que me olvide de cómo me siento y de la gente que
ocupa un espacio en mi vida. Siendo sincera y justa con el periodo vital que
atravieso, reconozco que profesionalmente estoy satisfecha conmigo misma; no
acuso carencias de apoyo y reconocimiento de mi entorno más próximo. Mis
relaciones personales me hacen sentir profundamente querida y parte de un todo
esencial para mi gente. Granito a granito voy construyendo la vida que quiero.
No es tal y cómo pensaba antes de atravesar la puerta de la edad adulta, nunca
lo es; el camino ha sido arduo, en extremo doloroso alguna vez y tremendamente
pleno otras. Y lo más importante es que con muchísimo esfuerzo interior voy
sumando y no se agotan mis ganas de seguir haciéndolo, más bien al contrario,
ya que estas se retroalimentan.
Así descrito, cualquiera habría de decirme -palmadita en
la espalda incluida-, que no hay motivo de desasosiego; no me quejo, sin
embargo, he de decir sin pudor que últimamente me encuentro ciertamente
inquieta. Sé con certeza absoluta que deseo algo con fuerza; y creo que ese
algo no ha de ir a buscarse, sino que ha de llegar por sí mismo, precisamente
por su condición de elemento esencial en el camino de quien lo espera. Por todo
ello, la tarea no es en absoluto fácil, al menos a mí no me lo resulta. Si bien
el miedo a equivocarme y la inseguridad en asuntos materiales brillan por su
ausencia, mi capacidad de derretirme espiritualmente ante el anhelo más
profundo, ese…ese no se puede medir. Pongamos un metafórico ejemplo. Si se
tratase de elegir un vestido del escaparate de una tienda descomunal, calculo
que entre todas las posibilidades habría uno, o tal vez dos, que me enganchase
la mirada. Sería naturalmente atractivo a mis ojos, pero también de un tejido
natural y envolvente, de esos que se convierten en una segunda piel. Al
ponérmelo me haría sentir especialmente guapa, pero también elegante. Hasta
aquí, sin problema. Restaría entrar a probármelo y ahí es el vestido quien
habla porque ha de cumplir dos condiciones fundamentales: la primera, que esté
disponible para mí; la segunda, que al dejármelo caer sobre el cuerpo quiera
encajar. Así pues, no es únicamente la elección que hacemos personalmente, sino
la que hagan de ti.
Entendido el concepto, vuelvo ahora a mi inquietud ante
la impotencia de no poder controlar los anhelos y deseos, pero sobre todo
frente a algo que me desconcierta aún más, llegando incluso a enfadarme conmigo
misma: el hecho ponerme freno y dejarme influir por las reacciones ajenas,
paralizando mi capacidad de acción y restándome valentía para expresar lo que
siento. Me queda ahora averiguar por qué demonios no me rehago y me soy fiel
únicamente a mí misma, si de sobra sé que no es mi estilo. A ver cómo me las
apaño para dejar a un lado todo aquello que no nazca únicamente de mis
instintos y diga el mundo lo que diga, ir a por lo que quiero cuando al fin lo
veo… aunque eso suponga desnudarse en público.
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