RELATOS ENCRIPTADOS (V)

By María García Baranda - abril 09, 2014

Le dijeron una vez que vivía con la intensidad de los tiempos pasados, sintiendo cada emoción como si no hubiese nada de mayor importancia que ocupase sus días. Al oírlo frunció el ceño. Lo tomó como una crítica injusta, un golpe a su lado más sensible, tildada incluso de conservar aún excesivos rasgos de una adolescencia ya olvidada en el tiempo. Al rato, un resorte le hizo pensar que quien pronunciaba tales palabras no tenía ni la más pequeña idea de lo que era sentir profundamente; por nada ni por nadie. Se convenció de ello en su camino a casa, sin dejar de dar vueltas a la imagen de que tal vez era ella quien celosamente guardaba en su mano la misteriosa llave de los corazones ajenos. ¿Por qué no?

Automáticamente comenzó a tejerse una manta con las madejas de sus pensamientos. En ella había dos colores bien diferenciados. De un lado, diversas tonalidades de un opaco gris azulado. Del otro, hebras de un intenso y ardiente rojo. Instintivamente le venían asociadas a la mente las figuras de caras impertérritas y gestos mecánicos, que cubriéndose con un lívido velo se protegen de implicaciones emocionales que los días pudieran traer consigo, viviendo a medias, riendo a medias, llorando a medias… En la cara opuesta, los rostros de quienes se mordían los labios con tal fuerza, que la sangre derramada se mezclaba con la respiración de sus amantes. Sabía que ambas clases de personas no podrían mezclarse, pues si lo hicieran provocarían tal explosión que a su paso dejaría tan solo un yermo paisaje de color parduzco.


Detuvo su labor, soltó sus agujas y recostada en su sillón se quedó inmóvil. Miró al reloj que colgaba encima de su chimenea y se dio cuenta de que el tiempo se había detenido. En ese momento lo supo. Con un gesto brusco agarró el pedazo de manta que inconscientemente había ido tejiendo y creo que tardó menos de un minuto en deshacer aquello que no le recordase a la vívida imagen de un desierto humeante. Ni más ni menos. Seguiría abrigándose con los colores de quienes se dejan un pedazo de vida en cada paso. Desoiría las palabras sordas de los que recomiendan ponerse a salvo, intentando no olvidar que el verdadero peligro se encuentra en unirse a aquellos que sacrifican la autenticidad por un retazo de paño grisáceo.

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