DE CORDEROS CON PIELES DE LOBO
By María García Baranda - diciembre 22, 2014
¿Y si con el paso de los años se hubiese evaporado tu
capacidad de ver a través de los ojos de los demás?, ¿te lo has preguntado
alguna vez? Yo sí, desde luego. Y no una, ni dos, ni tres docenas de veces…
sino cientos. Acaso cada día. No quisiera perder esa destreza, pero sé que esta
es frágil y voluble. Inflamable al contacto del infierno interior que muchos no
consiguieron extinguir. De hecho, percibo alrededor un desalentador número de
invisibles muros protectores que circundan a tipos que podrían merecer la pena,
y mucho. La reacción es hasta lógica. Y yo que suelo encajar bastante
bien las debilidades humanas -según me dicen y admito-, alcanzo a comprender la
decisión de no querer mirar al interior de determinadas personas que podrían
hacer tambalear nuestros cimientos. Se evita con ello un acto de
introspección masivo a lo más oscuro de uno mismo, y al tiempo nos pone a salvo
de esa inconsciente tendencia a hacernos de miel, a sumergirnos en la ternura
provocada por los rasgos más humanos de quien se muestra como el más feroz de
los lobos. Bajo la cetrina piel de la mayor parte de ellos -no de todos,
¡ojo!-, se esconde un corderillo que ante las inclemencias se vio obligado a
abrigarse un poco más. Seguramente ha llegado a dudar sobre la posibilidad de
despojarse de dicha rentable corteza y volver a vestir su atuendo original,
pues hay que ser muy valiente para ello. Posiblemente retrasa la decisión,
diciéndose que el momento aún no ha llegado. Y muy probablemente cree haber
olvidado cómo, por qué y si de veras quiere hacerlo. Le advierto desde aquí,
ahora que no nos lee nadie, que no será suya la decisión de descubrirse, sino
que el gesto provendrá unas manos ajenas en un breve y casi inapreciable
movimiento; pero de eso ya se dará cuenta.
Reacción lógica, decía, la de mantenerse guarecido de
dolores padecidos y causados, con sus lamentos o sentimientos de culpa
correspondientes. Comprensible, pero venenosa. Quedarse a vivir eternamente en
ese país de combativo proteccionismo enfría el alma hasta ser incapaz de
admitir que una mirada puede estar provocada y dirigida únicamente por y para
nosotros. Inesperada revelación a la que deberíamos tender la mano y abrirnos
como un verdadero triunfo de vida. Uno sabe muy bien reconocerla cuando se
cruza con ella, por lo que no hay causa tan grave que nos impida enviar un
guiño de vuelta.
Concluyendo, y volviendo a la cuestión inicial, confirmo que tengo clara mi respuesta: ni he perdido la voluntad de rebuscar en el interior de las personas, ni bajo la guardia ante el siempre traicionero y amenazante miedo a hacerlo. De eso estoy segura. No me compensa sentirme un poco más a salvo de posibles resbalones, porque estos son también parte de la vida y porque arriesgarse puede regalarnos enormes satisfacciones. No quiero arrepentirme de lo que no osé hacer; de hecho, no quiero arrepentirme y punto.
Y por si hubiese el menor síntoma de duda, diré que precisamente
hoy me han preguntado sobre si hay algo en mi interior que se ha endurecido
hasta impedirme sentir en modo alguno. Mi respuesta ha sido un no
rotundo. No me he hecho más dura, me he vuelto más flexible. He entendido
que ya me siento en absoluta plenitud con mi vida presente y con lo que de mí
voy logrando, por lo que no deposito en otros hombros una responsabilidad que
solo a mí compete. Relativizo y admito que compartir la vida con los seres con
los que te vas cruzando es cuestión de sintonías y acordes bien afinados, en el
momento justo y en lugar preciso, pero con el arrojo de querer componer algo
mínimamente aceptable. Y sé que lo que haya de venir llegará por sí solo,
porque es fruto del libre fluir de las relaciones personales en las que como mínimo
hay dos voluntades que interactúan. Y entonces, solo entonces, habremos de
estar preparados para recibirlo, porque esa acción sí que depende únicamente de
nosotros mismos.
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