Larga charla entre mujeres, cafés de acompañamiento y
parte de las vísceras encima de la mesa. Escuchando con atención reconocí en
algunas de las palabras pronunciadas estados en los que pude verme reflejada
hace algún tiempo y a los que afortunadamente les di ya la espalda. En aquel
tiempo llegué a pensar que jamás conseguiría salir del bucle. Dicen que querer
es poder y seguramente entonces le habría dado más de una bofetada a mano
abierta a todo el que articulaba esa expresión. Me decía a mí misma que desde
fuera del propio corazón las acciones se dibujan factibles y hasta sencillas.
Protestaba airada con un “qué sabe nadie lo que me mueve por dentro”. Y aunque
en el fondo sabía que tarde o temprano tendría que llegar un claro de luz y que
no hay mal que cien años dure, habría regalado entonces años de vida por saber
la fecha exacta en la que eso ocurriría. Natural y finalmente sucedió. Recuerdo
la sensación de haber perdido varias toneladas de peso sobre mis hombros y
alguna que otra década. Y justo desde ese minúsculo y casi repentino instante comencé
a sentirme tremendamente libre para vivir intensamente todo lo que se me
pusiera por delante. No le puse etiquetas entonces, pero no tiene otra
denominación que la de soltar lastre.
Efectivamente querer es poder y sé que para avanzar y
abrirse a los demás, y a lo que la vida te ofrece es preciso hacerse el firme
propósito de conseguirlo. No sabría decir si es tarea sencilla o no, lo que sí
sé es que para ello hay que conseguir el libro de instrucciones adecuado. Con
él, y tras una metódica lectura, hallaremos los pasos que no son
otros que los que me atrevo a sintetizar en estas letras. El intento ha de
proceder directamente de la boca del estómago y está taxativamente prohibido
mirar hacia atrás. Las culpas y las autoflagelaciones por los errores cometidos
ya no han de tener cabida alguna en nuestros pensamientos. La búsqueda de
causas no ha de ocupar más espacio que el que conduce a la comprensión y
asimilación de los acontecimientos, y al menor conato de utilización como
instrumento de enmienda y retroceso, hay que darles taconazo. Es
imprescindible prestar atención a aquello y aquellos que nos proyectan un
mínimo rayo de luz, pues al menor atisbo hemos de seguirlo como la polilla a la
llama. Y por último hay que tatuarse la piel con la imagen a color de lo que
está por llegar, indiscutible vencedora del retrato en sepia que representa
nuestra vida pasada.
Soltar
lastre supone llegar a comprender que la vida nos está dando la oportunidad de
conseguir aquello que en un tiempo ni soñamos tener entre nuestros dedos.
Conlleva no castigarse, pues lo que pasó pasó y si llegó a término es porque no
nos satisfacía, cualquiera que fuese el grado de acierto en el que nos dimos
cuenta de ello o por más torpes que fuésemos al finiquitarlo. Es saber a
ciencia cierta que ahora, más sabios, más serenos, más astutos, somos capaces
de elegir quedarnos tan solo con aquello que nos hace sentir plenos. Y, sobre
todo, es darnos la oportunidad de nuevas experiencias sin pensar demasiado en
pros y contras, y estropear así las oportunidades hasta perderlas por falta de
empuje. Supone ser capaces de detectar lo que nos eriza la piel al menor roce e
ir a por ello, intuyendo que si nos provoca tal efecto es por algo.
Reitero, para deshacernos de nuestros demonios es
necesario querer hacerlo y si comenzamos a ver cierto horizonte al frente, por
poco seguros que estemos de ello, es sin duda alguna porque hemos comenzado a
recorrer el camino hacia nuestro objetivo.
(No
reniego de mi pasado
y
no sé con certeza lo que me espera allí delante,
pero
lo que sí sé es a dónde no quiero volver;
por
más que hubiera un tiempo
en
el que llegué a creérmelo
como
si se tratara de la verdad más absoluta.)
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