Cada
día un ratito aparece la niña vulnerable. Tan pequeñita entonces, tan ingenua y
tan tierna.
Esa
que sonreía por el simple placer de iluminar el día con un pequeño guiño, fundida
en un abrazo de colores brillantes. Chispeando a su paso y tan sensible a un tiempo.
Feliz
de ser tan niña. Feliz de tan ingenua. Feliz de ser tan tierna.
Cada
día un ratito mis manos aún conceden un regalo sin nombre y esperan el retorno
de esa caricia leve que basta para darle a la vida un sentido.
Tan
sencillo, tan simple. No necesito más que esa dulzura llana que de repente
brota en espontáneo gesto.
Pues
sigo siendo aquella, envuelta con el traje de una supuesta fuerza que parece
imbatible, que parece perpetua. Pero no se confundan. No se engañen.
Cada
día un ratito me despojo del velo de la adultez serena, cuando me muerde el
hambre voraz de la inocencia.
Y
no pierdo el sentido, ni el saber lo que anhelo, ni mi afán por lograr lo que
tanto persigo. Mi mente sigue intacta, mi voluntad conmigo, pero me dejo ir al
abrigo del beso.
Y
sé bien lo que quiero. Cultivo cada espacio, reflexiono el momento. Me conozco
por dentro y me combato. Dispongo en la balanza el mundo entero.
Y
se lo grito al viento, aunque no siempre escuche, ni me traiga a las manos
aquello que yo espero.
Cada
día un ratito permito que se asome esa niña inocente que me mantiene limpia de
cuchillos ajenos. Que dota de cordura al pensamiento. Y que piensa consciente
el sentimiento. Son varios años ya que juntas, conviviendo, han acordado pues
ese paso certero.
Que mantenerse a salvo puede ser un castigo.
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