PERDER EL TIEMPO (O la enorme estupidez del ser humano)
By María García Baranda - enero 28, 2016
Cualquiera
que tenga un mínimo de sentido común es consciente de lo efímero de nuestra
existencia y del enorme deterioro que sufrimos desde el mismo momento en el que
ponemos un pie en este mundo. Conscientes sí, pero a veces solo a medias. Pasamos
los días preparándonos para el mañana, acaldando las mañanas y arrullando las
noches para que cuando venga lo que haya de venir nos pille listos. Ahora no,
no estoy preparado aún. Quizás mañana. Mañana ese cambio de vida, mañana ese
trabajo, mañana ese amor, mañana esas paces, mañana recuperar a ese amigo,…
mañana.
Me
llega hoy el video de un cortometraje, Naturales, en el que
se muestra la cara amarga de la enfermedad del Alzheimer para pacientes y
familias. Ese duro y triste proceso de olvidar quiénes fuimos, quiénes son
nuestro centro y cuál fue nuestra vida. Olvidar involuntariamente. Perder
forzosamente. Y mientras lo veía, no pude evitar romper a llorar. La pantalla se
clava en la sensibilidad de cualquiera, pero además automáticamente me vino una
idea a la cabeza: ¿qué hacemos con nuestros años, con con lo sencillo de
nuestros días?, ¿qué estamos haciendo con nuestro devenir cotidiano perdiendo
un tiempo de oro que tan solo debería estar destinado a vivir intensamente? Yo
he visto la muerte de cerca. No la mía, sino la de una de las personas que más
amaba. En mis propios brazos. Y sé bien que la exhalación del hoy es el adiós
del mañana. Mi verbo más odiado: perder. Pero sobre todo me revuelve las
entrañas cuando lo que perdemos es la posibilidad de ser felices, de vivir
nuestros sueños, de luchar por obtener lo que más queremos y de acompañarnos de
quienes verdaderamente deseamos tener a nuestro lado. Y perdemos el tiempo, sí,
imbuidos en temores, en miedos, en inseguridades, en prejuicios y en lamentos,
cuando lo más sencillo sería lanzarnos en plancha ante la mínima posibilidad de
avanzar y rozar, aunque solo fuera con la punta de los dedos, esa felicidad. Y
perdemos la valentía, la capacidad de hacer locuras y de sentir sin más, que al
final es lo único que cuenta. Y lo hacemos por cumplir con preceptos establecidos
en nuestras propias cabezas. No le echemos la culpa al exterior, no, cuando es
nuestro propio microcosmos el que establece límites constantes a nuestros
movimientos. Qué conscientes, como decía, sí. Qué sensibles con dichas causas.
Y qué poco hacemos por impregnarnos realmente de esa lección y pegar un puñetazo
en la mesa por dejar atrás lo que no tiene caso ni gravedad y por dar un
sentido auténtico a lo que nos rodea. Mucho decir y poco hacer. Me exaspera y
me enfada. En mi gente y en mí misma. Y me llena de impotencia esa pérdida
inútil del escasísimo tiempo de reacción del que gozamos. ¡Qué coraje me da!
Veo
el video, sí. Y creo que en un momento de lucidez, cualquiera que atraviese por
un trance así, por el trance de perder su norte, podría pensar: qué estúpido
fui cuando esperé para ser feliz y dejé que el tiempo se escapara entre mis
propios dedos; esperando a estar listo, esperando a un mejor momento, creyendo
que mis posibilidades serían infinitas y que esto que tenía frente a mí era
eterno. Enorme estupidez del ser humano.
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