¿Es la edad garantía de aprendizaje? Sabemos que no lo es. Ejemplos alrededor nos sobran siempre y también momentos propios en los que no aprendemos ni a la de tres. Se pueden cumplir años, lustros, décadas y dejar que la vida pase por uno sin más ni más. Caer recurrentemente en los mismos errores, acomodarnos a defectos sin tratar, obstinarnos en vivir siempre el mismo episodio vital y adolecer de los mismos males. Esa es mi manera de vivir y ese soy yo. Me echo a dormir y le pongo un parche, un placebo que me ayude en el día a día y listo. ¿Y ya está? Verdaderamente lastimoso.
Reconozco haberlo hecho en algún momento de mi vida, naturalmente. Etapas en las que o bien no era consciente de ello, o bien no sabía como salir del atolladero y solo buscaba un poquito de paz inmediata. Efímera y perecedera, eso sí. El precio a pagar posteriormente fue caro, también he de decirlo, ya que es como despertarse con una tremenda resaca tras una borrachera para olvidar. A la mañana siguiente ni has conseguido olvidar, ni te puedes librar de sus efectos.
Por lo tanto, no se trata de una cuestión de edad, sino de ser capaz de no anclarse a unos patrones de comportamiento que se vuelvan onmipresentes en nuestro hacer, esto es, rendición. No hay aprendizaje entonces. No hay evolución ni maduración. Si algo sé es eso precisamente. Por desgracia no tengo la clave de comportamiento para cada uno de los sucesos que acontecen en mi vida. ¡Ya me gustaría! Bueno... ¡o no! Tal vez no, pues sería la desnaturalización de mis decisiones y al final se convertiría en la sistematización de mis actos: frases hechas, mismas palabras, mismas reacciones... un robot. La cosa es que no hay clave de comportamiento, pero sí es cierto que he llegado a alcanzar una relativa capacidad de visualización de cómo habrán de transcurrir ciertos asuntos propios y ajenos. No suelo equivocarme en gran medida con aquello que viene detrás. Suelo saber si habrá llantos o risas en el desenlace, vaivenes, caídas o resurgimientos. Me guste o no su proceso, no suelo errar el tiro. Por lo que a mí respecta, eso no me exime de patalear, protestar o resistirme ante algunos acontecimientos, bien porque me duele que sucedan así, bien porque creo que podríamos ahorrarnos muchos sinsabores. Por lo que respecta a los asuntos ajenos, no puedo decidir por los demás ni ahorrarles tampoco determinadas experiencias, máxime cuando están convencidos de que es lo correcto y les reporta determinada felicidad o paz, aunque sea temporal. Por más que quiera a la gente de mi entorno, ya lo he dicho en más ocasiones, no puedo vivir sus vidas. ¡Faltaría más! Y es que es sabia la expresión de que "nadie escarmienta en cabeza ajena". Y cada uno ha de tropezar con sus propias piedras, caerse de bruces las veces que sean necesarias, ponerse en pie y elegir su propio camino. Pero bien es cierto que a poco que se observe alrededor y que nos observemos a nosotros mismos, no es del todo difícil saber qué ocurrirá finalmente. No nos engañemos. Somos animales de costumbres. La pregunta es: ¿seremos capaces de variarlas inteligentemente en virtud de nuestras necesidades? Ya veremos si somos capaces de extraer del tiempo y de las experiencias lo verdaderamente valioso que ahí habita. No escarmentaremos en cabeza ajena, no, pero sí que podemos hacerlo en la propia. De nosotros depende.
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