Llevo
mucho tiempo dándole vueltas al tema de hoy y si no le había metido mano antes
es seguramente por lo manido que está. De todos modos aquí estoy, porque
pensando en ello he seguido tirando del hilo hasta sentarme a escribir. ¿Qué
camino elegimos tomar en la vida desde la niñez hasta la edad adulta? Desde que
el hombre es hombre se ha encontrado en la disyuntiva de elegir transitar el
camino fácil o el camino difícil. Siempre he creído que optar por uno o por
otro depende de una combinación educacional y de personalidad. Creo que una vez
que uno se acostumbra a buscar el gasto menor con el mayor rendimiento lo hará
en todos los ámbitos de su vida: estudios, trabajo y vida personal. Mente
cartesiana y ante lo no rentable, ¡adiós!
Mirando
a nuestro alrededor más inmediato estamos plagados de ejemplos de recompensas
altísimas a esfuerzos no tan intensos. Es seguramente el principal mal de estos
tiempos, la infravaloración del esfuerzo por conseguir metas que realmente
merecen la pena. Las profesiones más valiosas y necesarias para nuestra
pervivencia son aquellas que requieren la mayor entrega, trabajo sin descanso y
capacidad de esfuerzo. Su remuneración no es nada del otro mundo, en cambio. En
el lado opuesto, por más que algunas sean flor de un día, abundan las tareas de
altísimo cobro y valor mínimo. Un futbolista, un actor, una modelo, un animal
televisivo… ofrecen entretenimiento, arte a veces –que me fascina, por cierto–,
pero si asistiésemos a una hecatombe humana no serían sus labores dignas de
veneración por necesaria. Ya sé que se justifica este hecho en una cuestión de
exclusividad, ser los únicos en destacar de una u otra forma, cosa que por
cierto pongo en duda. Pero que me maten si no hay exclusividad en el médico que
le salva la vida a alguien, porque él y sólo él se la está salvando a un
paciente que es igualmente único: eso es exclusividad. Y también sé que es muy
típico el debate y la crítica, pero si me detengo hoy en ello es porque la
pregunta que me ronda en la cabeza es precisamente el resorte mental que lleva
al ser humano a embelesarse con el camino fácil. Advierto que no estoy diciendo
que siempre ese camino sea el recorrido por aquellos que se dedican a lo antes mencionado,
pero sé a ciencia cierta que si hoy día le preguntas a un joven por su preferencia
profesional va a decantarse por esos derroteros. La razón es triple: no tendrá
que sentarse a estudiar años y años, recibirá un salario descomunal y será
famoso. Y ojo a esto último: famoso. Porque aquí, en el alimento del ego es
donde creo que radica lo más cautivador de este asunto. El dinero deslumbra, no
cabe duda. Y el ahorrarse años de formación sentado en una silla sin ver un
euro no atrae. Pero alimentar el ego, la vanidad, creo que es aún más poderoso.
El considerarse exclusivo, único, el destacar es el tesoro que más ha seducido
al hombre en todas las facetas de su vida.
A
todos nos gusta ser reconocidos y recibir una palmadita en la espalda ante el
trabajo bien hecho. Pero el paso de la satisfacción a la egolatría es finísimo,
delicado y apenas perceptible. Dije en mis primeras líneas que ese sendero
cómodo solía extenderse a todas las facetas vitales. Así lo creo, sí. La
personalidad así se forja y si nuestra vida profesional se mueve por la entrega
y la dedicación, por la falta de temor al esfuerzo, seguramente nuestra vida
personal se rija por los mismos rasgos. Suele coincidir, por lo que llevo
observado hasta ahora. Siempre hay quien del mismo modo que manda al garete una
opción de trabajo por demasiado esforzada, lo hace asimismo con personas que
tiene alrededor. Ya puede ser un amigo de años o una pareja, que si el asunto
ya no resulta práctico o no se corresponde con el cuadro que pintó en inicio, abandona
el barco antes de que este se hunda. Naturalmente poner las cartas de las
relaciones personales encima de la mesa es tarea compleja. Molestarse en
averiguar que corre por el cerebro o por las venas de quien tenemos enfrente
supone ponerse en segundo lugar. Y ¡claro!... la egolatría, el egocentrismo y
la comodidad hacen de nuevo aquí acto de presencia. Nos quitamos de en medio y…
¡listo! Hay pues la opción, como vemos, de no profundizar demasiado, ni dejarse
el alma en lo que hacemos. En ocasiones puede ser práctico, sí, por cuanto
estamos aquí tan solo cuatro días. Pero sigo pensando que esos cuatros días
pueden vivirse dejando una impronta personal y con la mayor autenticidad posible.
Se puede ser más o menos frívolo, más o menos real. Cada uno elige. Por mi
parte, yo lo tengo claro. O el día del reparto a mi me dieron el mapa del
camino pedregoso o hay en mí una tendencia a los recovecos. Sea como sea, acabo
eligiendo siempre ese camino difícil. Reconozco que supone desgaste psíquico,
físico y emocional. Enorme además. Sin embargo el enriquecimiento tras el
tránsito es tal, que no lo cambiaría. Para mí la exclusividad de lo hecho, de
lo vivido y de lo sentido está ahí precisamente. Y más hoy día donde los
placeres inmediatos han hundido en el fango a la satisfacción de lo conseguido
con esfuerzo. Muy bien, es lo que hay, pero no para mí. Ojalá pudiera
transmitir el valor de lo auténtico a quien duda qué elegir, a quien está
empezando a vivir o a quien se ve tentado a tirar la toalla por cansancio.
Ojalá pudiera ser convincente y hacer ver la relación que esto tiene con ser
poseedor de un corazón caliente o un corazón frío. Por el momento solo puedo
ofrecer mis conclusiones.
Hay
acciones, actividades, prácticas vitales que nutren, que nos ayudan a avanzar,
que nos hacen mejores versiones de nosotros mismos. Hay profesiones que
realmente merecen la pena porque suponen ser útiles, ser un verdadero aporte a
la sociedad de la que formamos parte. Hay actos, costosos, íntimos que nos
ayudan a conocernos a nosotros mismos y facilitan nuestra relación con el resto.
Hay relaciones que se fundamentan en profundizar sin descanso en comprenderse y
en conocerse, en emplearse a fondo por entrar el otro y que originan vínculos firmes.
Hay personas que reúnen cualidades detectables entre lo aquí expuesto y que
provocan asirse de su mano fuertemente. Hay por tanto la alternativa entre una
vida de plástico y descansada, y otra hecha de piedras preciosas, aunque
origine alguna que otra ojera. ¿Con cuál os quedáis?
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