CONCIENCIA PLENA VS CAÍDA EN BARRENA
By María García Baranda - abril 27, 2016
CUALQUIER DÍA DE ESTOS ME HAGO BUDISTA
Hace un par de días le decía a mi madre mientras comíamos: "Mater, yo creo que estoy haciéndome budista". Y solté una carcajada. ¿Y a qué vino tal afirmación? La frasecita surgía a raíz de temas varios puestos sobre la mesa, experiencias personales y temas de pública actualidad, y sus consiguientes efectos en nosotras. Sé que tal expresión es producto del cansancio que trae consigo luchar contra los elementos, saberse subido a un tren en el que se pretende avanzar y crecer internamente, pero condenado a detenerse en cada estación y observar a los viajeros que se apean o no quieren subirse a él. Pero también sé que tal pensamiento nace de la conciencia de que el aprendizaje que la vida nos otorga cada día es muchísimo más rico de lo que podemos imaginar y podría ser más aprovechable tan solo con detenernos a observar y meditar con calma sobre lo cotidiano, porque es precisamente ahí donde radica el mencionado aprendizaje. No basta con pasar por ello. Ni basta con las manidas reacciones ante los acontecimientos que enfrentamos, si estos no nos dejan al menos una pequeña lección que aplicar en el futuro. Tan solo hay que querer, eso sí. Querer estar dispuesto a ello, digo. No es gratis, pero sí es satisfactorio.
Y no son tiempos fáciles para esta práctica, lo sé. Ayer mismo escribía al respecto del marcado individualismo -en su peor sentido- que nos pone la zancadilla a los que así pensamos o sentimos. Pero precisamente por eso creo que se hace aún más necesario, al menos a mí se me hace imprescindible. Y de ahí que acabe formulando que voy a abrazar el budismo de un momento a otro, por más que alguno me diría que eso se debe a que soy muy espiritual (sonrío y guiño un ojo mientras escribo esto).
CONCIENCIA PLENA PARA ENFRENTAR LA VIDA
Hace un par de días le decía a mi madre mientras comíamos: "Mater, yo creo que estoy haciéndome budista". Y solté una carcajada. ¿Y a qué vino tal afirmación? La frasecita surgía a raíz de temas varios puestos sobre la mesa, experiencias personales y temas de pública actualidad, y sus consiguientes efectos en nosotras. Sé que tal expresión es producto del cansancio que trae consigo luchar contra los elementos, saberse subido a un tren en el que se pretende avanzar y crecer internamente, pero condenado a detenerse en cada estación y observar a los viajeros que se apean o no quieren subirse a él. Pero también sé que tal pensamiento nace de la conciencia de que el aprendizaje que la vida nos otorga cada día es muchísimo más rico de lo que podemos imaginar y podría ser más aprovechable tan solo con detenernos a observar y meditar con calma sobre lo cotidiano, porque es precisamente ahí donde radica el mencionado aprendizaje. No basta con pasar por ello. Ni basta con las manidas reacciones ante los acontecimientos que enfrentamos, si estos no nos dejan al menos una pequeña lección que aplicar en el futuro. Tan solo hay que querer, eso sí. Querer estar dispuesto a ello, digo. No es gratis, pero sí es satisfactorio.
Y no son tiempos fáciles para esta práctica, lo sé. Ayer mismo escribía al respecto del marcado individualismo -en su peor sentido- que nos pone la zancadilla a los que así pensamos o sentimos. Pero precisamente por eso creo que se hace aún más necesario, al menos a mí se me hace imprescindible. Y de ahí que acabe formulando que voy a abrazar el budismo de un momento a otro, por más que alguno me diría que eso se debe a que soy muy espiritual (sonrío y guiño un ojo mientras escribo esto).
CONCIENCIA PLENA PARA ENFRENTAR LA VIDA
¿Y en qué consiste eso? Vivimos a la intemperie. En ciertos aspectos nuestra vida es tremendamente cómoda para aquellos a los que nos ha tocado vivir aquí y ahora. Naturalemente que lo es. Pero enlazando con el tema que antes mencionaba y sobre el que ayer escribía, corren tiempos de supremo egoísmo y ausencia de empatía, y ese hecho hace más difícil enfrentar determinados sucesos de nuestra vida. A lo largo de esta, todos y cada uno de nosotros atravesamos caídas varias: proyectos laborales que se caen, pérdidas de empleo, problemas económicos, fracasos amorosos, enfermedades, rupturas de vida, pérdidas de amigos, muertes de seres queridos... Todas y cada una de esas experiencias se encuentran ubicadas en lo negativo, naturalmente. Pero del mismo modo sabemos que estamos obligados a superarlo. Podemos hacerlo bien o mal. No hay más. Y podemos incluso no hacerlo. Y solo, tan solo depende -salvo casos muy, muy extremos- de nosotros mismos. Aquí es donde entra en escena el poder de nuestra mente y para tal fin hemos de entrenarla para ser capaces de reflexionar profundamente y tener esa conciencia plena de lo que pensamos y de lo que realmente sentimos y queremos. Sé que es habitual ponerle parches. Sé que es frecuente darle la espalda, porque diagnosticamos de manera equívoca, porque duele, por cobardía, porque nos resistimos a aceptar y a asumir, pero también sé que si nos despegamos de esas conductas tóxicas acaberemos sintiéndonos muchísimo mejor y seremos capaces de emprender una nueva vida.
Conciencia plena, sí. Por mi parte, trato de hacerlo en todo momento. Llegó un punto en mi vida en el que fue cuestión de vida o muerte, y continúo llevándolo a la práctica, más aún en momentos -como el actual- en los que necesito asirme especialmente a ese comportamiento más que a nada. Cuestión de supervivencia. Cuestión de asentarme en mis principios de vida. Cuestión de sentir que mi conciencia está tranquila. Cuestión de querer mucho y bien a mis más inmediatos. Tampoco era en inicio muy consciente de ello, pero me he dado cuenta de que por propia inercia he ido viendo como con la edad iba potenciando una conducta inherente a mí, que sé que en ocasiones he de mantener a raya, pero sin la cual yo ya no sería yo: pensar. Sí, sí pensar. Pero me refiero a pensar sintiendo, a pensar percibiendo, a pensar meditando y analizando. Y una vez hecho, no tirar por la borda el resultado, sino absorberlo y ser consecuente con ello. Tenemos la realidad y la verdad delante de los ojos, adherida a la piel y susurrándonos la conciencia cada día. Sabemos lo que hay. Sabemos el camino. Para llegar a ello tan solo hay que pensar en esa peculiar forma: dar varios pasos atrás, observar el cuadro de conjunto y no solo el detalle que nos atormenta. Se trata de tomar perspectiva e identificar lo que nos hace sentir en paz y plenos, y lo que nos perturba. Identificarlo y actuar en consecuencia, repito.
Existen dos opciones más alternativas a esta: ser capaz de ver lo que la mente, los sentidos y la intuición nos dicen, pero actuar a la contra; o bien negarnos la mayor y meternos en una maraña de obstinación, de miedos y comodidades que desembocará, inequívocamente, a una caída en barrena. Eso depende de cada uno, faltaría más. Por lo que a mí se refiere, confieso abiertamente que me ví sumergida en ambas prácticas en muchísimas ocasiones. Que en varias no supe salir a flote de la mejor manera. Que me equivoqué de medio a medio. Que quise ponerme parches curativos cuando estaba aterrada y vulnerable. Y que caí una y mil veces. Y sigo siendo vulnerable. Y sigue costándome un mundo dar con las respuestas. y lo que es más aún, admitir que a veces no las hay. Pero opto por ser plenamente consciente de la realidad y de la verdad. Opto por lo auténtico. Y pienso. Y siento. Y le pongo atención a lo que vivo, como si fuese el último momento.
Esto que hoy abordo es lo que en la psicología moderna se denomina "mindfulness", muy en boga en los tiempos que corren, pero que como práctica cuenta con más de dos mil años. Práctica budista. Si por algo lo decía yo. Evidentemente soy una absoluta profana en la materia. Tal vez por vía natural tienda a ello, pero no tengo exploradas sus técnicas, esas que cada vez me llaman más la atención. O tal vez no sea tan novata, ¿quién sabe? Porque esencialmente se trata de enfrentarse a los acontecimientos de la propia vida con los sentidos bien abiertos, potenciando nuestra atención y enfocando nuestra energía en el objetivo a aprender, en el lastre a lanzar y en el escalón que subir.
Conciencia plena, sí. Por mi parte, trato de hacerlo en todo momento. Llegó un punto en mi vida en el que fue cuestión de vida o muerte, y continúo llevándolo a la práctica, más aún en momentos -como el actual- en los que necesito asirme especialmente a ese comportamiento más que a nada. Cuestión de supervivencia. Cuestión de asentarme en mis principios de vida. Cuestión de sentir que mi conciencia está tranquila. Cuestión de querer mucho y bien a mis más inmediatos. Tampoco era en inicio muy consciente de ello, pero me he dado cuenta de que por propia inercia he ido viendo como con la edad iba potenciando una conducta inherente a mí, que sé que en ocasiones he de mantener a raya, pero sin la cual yo ya no sería yo: pensar. Sí, sí pensar. Pero me refiero a pensar sintiendo, a pensar percibiendo, a pensar meditando y analizando. Y una vez hecho, no tirar por la borda el resultado, sino absorberlo y ser consecuente con ello. Tenemos la realidad y la verdad delante de los ojos, adherida a la piel y susurrándonos la conciencia cada día. Sabemos lo que hay. Sabemos el camino. Para llegar a ello tan solo hay que pensar en esa peculiar forma: dar varios pasos atrás, observar el cuadro de conjunto y no solo el detalle que nos atormenta. Se trata de tomar perspectiva e identificar lo que nos hace sentir en paz y plenos, y lo que nos perturba. Identificarlo y actuar en consecuencia, repito.
Existen dos opciones más alternativas a esta: ser capaz de ver lo que la mente, los sentidos y la intuición nos dicen, pero actuar a la contra; o bien negarnos la mayor y meternos en una maraña de obstinación, de miedos y comodidades que desembocará, inequívocamente, a una caída en barrena. Eso depende de cada uno, faltaría más. Por lo que a mí se refiere, confieso abiertamente que me ví sumergida en ambas prácticas en muchísimas ocasiones. Que en varias no supe salir a flote de la mejor manera. Que me equivoqué de medio a medio. Que quise ponerme parches curativos cuando estaba aterrada y vulnerable. Y que caí una y mil veces. Y sigo siendo vulnerable. Y sigue costándome un mundo dar con las respuestas. y lo que es más aún, admitir que a veces no las hay. Pero opto por ser plenamente consciente de la realidad y de la verdad. Opto por lo auténtico. Y pienso. Y siento. Y le pongo atención a lo que vivo, como si fuese el último momento.
Esto que hoy abordo es lo que en la psicología moderna se denomina "mindfulness", muy en boga en los tiempos que corren, pero que como práctica cuenta con más de dos mil años. Práctica budista. Si por algo lo decía yo. Evidentemente soy una absoluta profana en la materia. Tal vez por vía natural tienda a ello, pero no tengo exploradas sus técnicas, esas que cada vez me llaman más la atención. O tal vez no sea tan novata, ¿quién sabe? Porque esencialmente se trata de enfrentarse a los acontecimientos de la propia vida con los sentidos bien abiertos, potenciando nuestra atención y enfocando nuestra energía en el objetivo a aprender, en el lastre a lanzar y en el escalón que subir.
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