(Por los años pasados. 4. Y en paz.)
Quién me iba a decir a mí hace tiempo
que entendería que los caminos se bifurcan y se cruzan,
se toman y desechan,
se retoman, se huyen,
se elevan y se allanan,
se unen y separan.
Se recorren hasta la línea que dibuja
el perdido horizonte.
Y expiran.
Quién me iba a decir a mí hace tiempo
que sonreiría con el alma al comprender,
que ese todo es un nada repleto de emociones,
y que todos tenemos mil opciones
de comenzar de nuevo sin anclajes.
Que un día te das cuenta que es posible
conservar bien guardada en tu recuerdo
la parte más hermosa
y decirle, no obstante, un adiós relativo
y caminar otra vida más auténtica.
Quién me iba a decir a mí hace tiempo
que aprendería a respetarme y a buscarme la paz,
a procurarme una calma interior
que jamás volvería a estar en venta.
Que no por ello habría traición a mi pasado,
ni falta del cariño inmenso que una vez fue mi centro,
pero nunca la venda en mis ojos de nuevo,
ni resguardarme en el miedo conocido
ante la incertidumbre de conocer.
Quién me iba a decir a mí hace tiempo
que asumiría los ciclos de la vida,
que soltaría lastres, perdonaría errores,
curaría dolores y expiaría culpas,
comprendiendo
que lo que hoy fue
no habrá de ser mañana.
Que la experiencia sirve,
que no debe olvidarse,
que te enseña los trazos
para no tropezar, perder el equilibrio,
ni forzar la caída.
Que aquí todo es por algo
que hay una y mil razones,
que aunque duela en inicio
el orden natural mantendrá
mi equilibrio.
Quién me iba a decir a mí hace tiempo
que se gana en saberes,
que se aprende a vivir,
que no se acaba el mundo,
que mirarme al espejo y saberme tranquila
es el bien más valioso al que aspiro en la vida.
Que el futuro es muy sabio y que aún queda un sendero
virgen por recorrer.
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