DECIRSE LA VERDAD NO ES COSA FÁCIL
By María García Baranda - abril 25, 2016
Decirse
la verdad a uno mismo es inmensamente más difícil que decírsela al resto. Y
mirad que hay quien miente más que habla, y a quien se le hace la lengua trapo
antes de atreverse a dejar salir una verdad y no sin antes haber sido casi
coaccionado y casi siempre verse descubierto. Sea como sea, nos encontremos ante
alguien sincero o ante alguien menos transparente, decirse las verdades ante el
espejo es un ejercicio costoso desde el inicio. Me viene este tema porque
siempre he mantenido, lo sabéis bien, que el principio mayúsculo de la madurez
emocional radica en ser fiel a uno mismo. En no venderse por complacer o por
cobardía. Ni por miedo. Ni por comodidad. Sernos fieles por encima de todas las
cosas y con ello siempre acudo a: modo de vida, sentimientos, proyectos, cotidianidad,…
Y para ello hay que comenzar la casa por los cimientos: saber qué queremos y
cómo queremos vivir. Se dice que para ello es preciso darse cuenta, verlo y
aceptarlo, e incluso reconocérselo a uno mismo, pero cada vez estoy más
convencida de que todos sabemos en el fondo qué es lo que queremos, cuál es la
vida que nos hace felices y cuál es la que nos apaga e hipoteca nuestro lado más auténtico. Lo sabemos. A veces nos
lo decimos en bajito, muy bajito, tanto que casi no nos oímos a nosotros
mismos. Otras nos distraemos con interferencias de esas que ya he nombrado
anteriormente: miedo a movernos del sitio, miedo a lo desconocido, miedo a quedarnos solos ante el peligro, comodidades varias,…etc, etc, etc,… Y en la mayor parte de las
ocasiones la brecha está en no verbalizarlo al exterior y en no tomar
decisiones que pudieran cambiar la vida que hemos conocido desde tiempos inmemoriales.
Pero no somos tontos, no. Sabemos de sobra lo que queremos o al menos, si no sabemos definirlo con exactitud,
todos conocemos al milímetro qué es aquello que ni por la muerte
atravesaríamos. Qué no queremos. Qué detestamos. Qué nos destruye. Qué no
repetiríamos.
Decirse
la verdad a uno mismo es doloroso. Casi siempre pasa por reconocer defectos que
nos hacen como mínimo sentirnos decepcionados con nosotros, seguido de señalarnos
culpables con el entorno e incluso llegar a machacarnos. Decirnos la verdad a
nosotros mismos suele llegar en un momento que supondrá un punto de inflexión
en nuestras vidas. Se avecinan vientos de cambio, ni a peor ni a mejor
necesariamente, pues ese paso es posterior. Simplemente tiempos distintos en
los que entraremos al mirarnos al espejo y reunir la valentía de analizar
correctamente lo que allí vemos, lo que nos ha ocurrido, lo que nos hace
felices y lo que no. Lo que marcha bien y lo que no. Lo que nos asfixia y lo
que nos hace más libres. Lo que saca una mejor versión de nosotros mismos y lo
que nos marchita. Doloroso decía, ¿no? Así lo creo, porque no hay quien huya de
unas cuantas bofetadas autoprofesadas: asumir los fallos del día a día;
reconocer nuestras negligencias tanto por haber sido inoperantes, como por
haber consentido del resto lo que no debíamos; admitir incompatibilidades con otras
personas; aceptar que hemos llevado a cabo comportamientos mezquinos por
motivos estúpidos como el orgullo, falso sentimiento de inferioridad, la rabia…; comernos las
traiciones sin ayuda de agua; identificar la desgana que nos hizo no hacer nada
cuando sabíamos que debíamos; la ceguera voluntaria por no querer ver el daño
recibido o el daño infringido; admitir fracasos en nuestros proyectos;…
Seguiría la lista, pero lo que tengo claro es que decirse a uno mismo la verdad
pasa por estos tragos. Y no creo que al final, una vez hecho, sea para tanto.
De veras que no. Como tampoco que sea nada misterioso ni especialmente
plausible, sino algo que llega en un momento de la vida en el que ya no te
casas ni con el lucero del alba. Sabes que con suerte te quedará la mitad de tu
existencia por delante y que a estas alturas o vives como quieres o nunca más
tendrás la oportunidad de hacerlo. Te habrás vendido. Decirse la verdad, ser leal con nuestro
interior es ser consecuente con lo que ya sabemos, aunque a veces lo
maquillemos de color de rosa y lo iluminemos de preciosos destellos. Yo sé, tú
sabes, él sabe, nosotros sabemos,… Solo nos queda despejar el horizonte. Y ser valientes.
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