Cuando alguien es grande, lo verás en los malos tiempos.
Si de pronto te chocas con alguien que te deslumbra, observa bien sus rasgos. Detenidamente. Pausadamente. Pacientemente. Obsérvalos y siéntelos. Si mantienes la cordura entre las ramas del ideal, sabrás captas la esencia de ese ser. Valorarás lo que de él destaca, sabrás discernir si sus defectos son superables por ti o no. Compatibles. Tolerables. Sabrás si lo bueno es para tanto y lo malo es una brecha. Sopesarás sus puntos débiles y si serías capaz de comprendérselos. Medirás asimismo los tuyos y si él sería capaz de vivir con ellos.
Si de pronto te chocas con alguien así, haz tus deberes, pero muy bien hechos. Y evalúa sin miedo a suspender o a suspenderte. No pasa nada. La vida sigue. Pero haz, como te digo, siempre tus tareas y de todas ellas, apúntate una muy, muy importante. La más importante seguramente: obsérvalo en los malos tiempos, cierra los ojos y ve cómo te hace sentir y cómo lo haces sentir tú. En los malos tiempos, sí. En los suyos y en los tuyos. Obsérvalo cuando la vida obstaculice el fluir de esa agua. Porque si en los malos tiempos, si en tu versión menos bella a sus ojos, en tu caída y en tus fallos, en lo que menos brille de ti y más le disguste, te comprende y empatiza, se conmueve, si ahí cuida de ti, entonces es que ese ser es realmente grande y no te equivocaste al juzgarlo en inicio.
En efecto, cuando alguien es grande, lo verás especialmente en los malos tiempos. Y en tal caso valóralo, agradéceselo infinitamente, aun en silencio, aun en tu mente e independientemente de que permanezca a tu lado o no.
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