El alumbramiento, la llegada al mundo, el instante definitivo de una vida que comienza. Porque comienza. Y esta puede empezar con segundos, con doce años, o con treinta y cuatro. Se puede alumbrar a un ser con esa edad, si se establece una circunstancia perfecta: el hambre de una vida diametralmente opuesta a la que nos asfixia. Brotará de ese modo un nuevo ser toda vez lo fecunde la semilla adecuada. Acechante.
Y es que los alumbramientos siempre tienen lugar en espacios perfectos, bien acondicionados. Escrupulosamente preparados para la ocasión, poco a poco, con tiempo, delicadeza y paciencia. A fuego lento. Y así, cuando cada elemento está en perfecto orden, nace la criatura. Nace la "deslumbrada".
(Continuará)
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