Si lees esto, hazme un favor, no le adjudiques estas letras a nada ni a nadie más que no seamos nosotros. Ya sabes que es costumbre aplicarnos los poemas, las canciones, las citas, y arrastrarlos a través de situaciones diversas vividas. No lo hagas. No lo extraigas más allá de ti y de mí. Traspasando la realidad, toma este texto. Yo, la autora. Tú, el lector. Con ese vínculo sagrado que establecemos cada vez que te escribo. Porque es a ti a quien escribo gran parte de mis letras. Y eso es algo que sabes bien. Y es que no eres tú quien se las adjudica erróneamente. ¿Me lo escribirá a mí? Podría aventurarme a decir que cada vez que te haces esa pregunta, la respuesta está implícita si dejas la mente en blanco y te respondes con el corazón. Tu intuición va correctamente encaminada. Me conoces bien, más allá de las dudas.
Hoy por hoy y con la suma de los días digo firmemente que eres mi excepción. La excepción en mi vida. La que confirma la regla de lo que siempre hice. Contigo todo me lo salto a la torera. Rompo principios, reglas, patrones de conducta, inercias y costumbres. Desinflo vendavales. Minimizo los daños. Y hasta los años. Me duran las protestas día y medio. Se me olvidan las peleas al oírte la voz. Y no es cierto que te comprenda solo con la cabeza y no con el corazón. Hay pinchazos, sí, a qué negarlo. Instantáneas que asoman por sorpresa a mi memoria para atravesarme, pero no obstante es de corazón que te comprendo más allá del dolor. Si no fuera así, hace tiempo que habría escapado a una isla lejana sin noticias ni memoria. Eres por supuesto la excepción de lo que hube conocido, de lo que conocí, de lo que conozco. Reaccionas a la inversa para volverme loca. Sacas punta a un canto rodado. Eres directo como una bala bañada en cianuro. Y el espíritu de la disputa. Y el de la negación. Y el del no te lo compro. Niegas lo innegable. Idealizas el fango, pero al tiempo mueres por el brillo de lo bello. Miras tu reflejo en un cristal tomado y lamentas los golpes, recreándote en la visión borrosa de algo que siempre te quedó muy pequeño. Pero no te lo crees. Me llevas hasta el límite de la paciencia. Pataleo, protesto, salgo por peteneras. Te discuto y me largo. Pero eres mi excepción, porque aun desde la distancia nunca me he ido. Te lo creas o no. No te dejé de lado, no hubo abandono tal. Te ponga una mordaza o te levante un muro, te cante las cuarenta o mantenga el silencio, siempre he sobrevolado el espacio inmediato que rodea tu vida. Porque eres mi excepción. Porque me lees. Y siempre me leíste. Y me lo prometiste nada más conocerme, aunque ahora no te acuerdes, pero eso lo has cumplido. Lees a la mujer, que no a la autora. Más allá de ese hábito. En tu busca constante de una pista más que seguirle a la vida. Excepción, digo bien. De ternura, de sensibilidad extrema muchas veces y de unos sentimientos que superan tus ataques de ego. Muy por encima, no te miento. La excepción que confirma mi regla. La excepción que confirma mi vida. Mi dulce excepción.
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