VOLVIENDO A SER LOS NIÑOS DEL PRINCIPIO

By María García Baranda - abril 01, 2017


Tantas veces se echa todo a perder…, echamos todo a perder. 
Habitual deporte el de desvirtuar la naturaleza del devenir de las cosas y la sustancia de las relaciones humanas. Su pureza. Su simplicidad. Tan sencillo como preocuparse por el otro, por pronunciar un “cómo estás” sentido de veras y no por compromiso, por pretexto o excusa. Tan sencillo como pensar limpio, ¿no es así? Pero no es nada fácil cuando el pasado corrompe los sentidos.

Conocemos y caemos absorbidos por la fuerza centrífuga de un bucle tan hondo y tan potente, que ni saltando con todo nuestro ímpetu, alcanzamos ver qué se encuentra más allá del borde. 
Y perdemos la noción del tiempo, la percepción de nuestro sitio y el sentido de las cosas. De quiénes somos. De quiénes son los otros.
Y lo que es peor, más grave y lamentable, perdemos el sentido de los sentimientos y las palabras sencillas sin malas intenciones. 
Adquirimos patrones de comportamiento, de pensamiento, de deducción y de resolución de los conflictos. Complejísimos. Amargos. Pura hiel. Peligroso veneno. 
Actuamos con la respuesta y la reacción preparadas. Defensivas. Mediocres. Yo me acuso.
Otorgamos poder a  la inercia, más del merecido, y la dejamos hacer a su antojo, porque anestesiado nuestro sentido común se ha dejado ganar por el miedo a perder.

Y el bucle es cada vez más sombrío y profundo, más lúgubre e inhóspito. Algo así como un laberinto repleto de enredaderas inmensamente altas y frondosas. ¿Se sale de él? Podría ser. Podría escaparse de la contaminación que nosotros mismos hemos provocado con ese gesto de estar con la espada en alto. Por si atacan. Por si derrotan. Por si abandonan. Por si nos duelen.  
Dejando de echar a perder las cosas. Aborreciendo el bucle, el remolino.
Rompiendo los patrones, la estadística. Siendo otros, que al final es volver a ser los del inicio. 
Y quemando los vicios y las malas costumbres. 
Poniendo a cero la mente y el corazón, por ver si los rencores, la quemazón y los resentimientos se marchan por la puerta.
Volviendo a ser los niños ilusionados del principio. Antes de echarlo todo a perder. Abrazándose en silencio.











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