CREAR VIDA, CREAR ARTE

By María García Baranda - septiembre 02, 2017






       Me he dado cuenta de una cosilla que venía intuyendo, pero en la que no me había parado a fijarme en condiciones nunca antes. Son los estados emocionales que llevan a alguien a escribir, cantar, componer, tocar, pintar,… Sabiendo que cada persona es un mundo -que lo es, ¡vive Dios que lo es!, y que de tanto echar de comer aparte vamos a quedarnos sin nada en el centro del plato-, sabiendo eso, es fácilmente reconocible que el estado más prolífico es el del desasosiego. La causa ya, dependerá de muchos factores, porque las preocupaciones humanas son infinitas y si las dejamos, piden billete de ida y vuelta. Así que tenemos el miedo, la decepción, la soledad, la presencia de la muerte, la llegada de la vejez,… y ganando por goleada, el desamor: te dejo, me dejas, no te quiero, no me quieres, soy invisible, no me ves, ya no te veo, quieres a otra, quiero a otro, me engañas, te engaño, todo se ha ido al garete, no te correspondo, no me correspondes,… y toda una hermosa gama que va del negro más opaco y tupido al gris piedra más tormentoso tirando a violáceo. Así como el color de un hematoma. En el alma, claro. Por lo tanto, si uno está hecho fosfatina, crea. Artistea. Todo y más. Porque es un modo de curar la fiebre y echar el mal. Eso sin duda. En el lado opuesto se encuentra ese estado agradable y placentero que reposa en calmada felicidad y puede alcanzar incluso la euforia, eso ya dependiendo de las circunstancias. Cuando uno se siente feliz, satisfecho, contento, a gusto,… también artistea. ¡Vaya que sí! Y escribe y compone, y toca y canta, y moldea y pinta. Los éxitos personales, la exaltación de la amistad, los logros profesionales, la familia,… y de nuevo, por mayoría absoluta, el amor. Loco por verte, loca por verte, ilusionada e ilusionado, te deseo con ganas, me deseas con ganas, el enamoramiento, el amor profundo, la más bella, el más bello, el no puedo vivir sin ti,… Deleite absoluto al que cantarle. Y ya tenemos creatividad de nuevo bien desarrollada. Muy bien, y… ¿qué ocurre en medio de todo eso? Porque, independientemente de que algunos solo crean cuando el estado de su vida avisa de que se autodestruirá en diez segundos, y otros solo cuando sus almas resplandecen cual cielo de verano, está claro que existe justo en el medio una zona emocional de gran amplitud y que se recorre, por fortuna, una y otra vez.

        Para que luego digan que las artes son compartimentos estanco de la naturaleza espiritual del hombre y un tanto alejados de la realidad. Además de ser una soberana estupidez, pues no hay nada más real y más humano que la expresión de lo que llevamos por dentro, formularme esa pregunta es lo que me ha hecho fijarme en los estados emocionales de los seres humanos un pasito más allá de lo evidente. Entrar en una zona más ambigua, bastante obviada, pero seguramente la de mayor importancia entre todas. Existe, como digo, una franja de considerable extensión en la que todos nos quedamos a vivir por temporadas en varias ocasiones de nuestra vida. La famosa zona de confort. Pero no es esta zona, como algunos se plantean, una parcela para uso y disfrute particular por los siglos de los siglos, no, sino que hay sobre ella establecido un derecho de paso y servidumbre, desde luego abierto al transeúnte. Por ella pasamos todos, también de ida y de vuelta y frecuentemente, y es nuestra vía para desplazarnos de la felicidad a la infelicidad, y viceversa. Y ahí, en ese sendero, también se escribe. Porque también se siente. El estado interior cuando estamos allí me lo imagino como un mecanismo interno, similar al de un reloj, en el que como si fuésemos un conjunto de ruedecitas dentadas y pequeñas agujas, nos movemos para tomar nuevas posiciones. Clic, clac, cloc. De mirar al Este, pasamos a mirar al Norte, por ejemplo. Y nos acomodamos en una nueva postura acorde con el panorama. Después de esa vendrá otra, y después otra, eternamente. Por lo que más que zona de confort es una zona de evolución. O debe serla. Obligación. Al menos para mí lo es. Y, como digo, es zona sensible también. Pues se nota en la piel absolutamente cada sensación recibida, bien se esté recorriendo el camino de lo bueno hacia lo malo, o se haga el trayecto contrario. De lo gris al entusiasmo y de la desazón a la euforia. Según el caso. Tan solo hay que aprender a expresar también esos estados intermedios y ricos en matices, que son en realidad los que le dan el equilibrio al balancín de los estados extremos. Así que sí. Hay que aprender a saborearlos. E identificarlos. Y expresarlos. Y desde ahí,… crear vida. Y arte. 

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